DRINKING IN AMERICA: our secret history. Susan Cheever. Twelve. 2015.

El prólogo adelanta las intenciones del libro ya anticipadas en el “our secret history” del título:

Desde el comienzo (la llegada de los peregrinos del Mayflower en 1620) el beber y las tabernas han formado parte de la vida americana tanto como las iglesias, los predicadores, las elecciones o los políticos. La interesante verdad, nunca enseñada en la mayoría de las escuelas y desconocida en la mayoría de las historias escritas, es que un vaso de cerveza, una botella de ron, un barrilete de sidra un frasco de whiskey o incluso un Dry Martini fueron a menudo el silencioso tercer partido en tantas decisiones que formaron la historia americana desde el siglo XVII hasta el presente…Como el clima de Massachusetts con sus veranos húmedos y sus inviernos helados, el carácter americano oscila entre extremos… a veces parecemos capaces de moderar nuestro modo de beber. Otras veces, nos culpamos por todo… en algunas décadas prohibimos el alcohol y en otras bebemos tanto que sorprende a quienes nos visitan…

 

Drinking in America
Drinking in America

Lo que Cheever analiza en este libro es el papel del alcohol en los grandes acontecimientos de la historia americana y ese papel, no fue despreciable a pesar de que muchos, por no decir la mayoría de los historiadores americanos, o no lo tienen en cuenta o lo minimizan. El libro de Cheever, no es un elogio del beber. Reconoce su papel como elevador del ánimo, como lubricante social, como medicación, pero conoce bien, muy bien, el lado obscuro del alcohol pues ella misma fue alcohólica (“es”, aunque se mantiene sobria desde hace muchos años) y su padre, John Cheever,  un conocido escritor, autor del relato que pasó al cine como “El nadador”,(1968), lo fue también, así que no le faltaron razones personales para escribir este libro ni para  dedicar otros a la biografía de Bill Wilson, el fundador de Alcohólicos Anónimos y  a otras adicciones con el mismo perfil[1].

La historia del alcohol en los Estados Unidos empieza con lo que se convertirá en su mito fundacional: el Mayflower. El desembarco de los peregrinos del Mayflower en Cape Cod, en Massachussets[2], en noviembre de 1620, se debió a un error de navegación provocado por el excesivo y masivo consumo de cerveza  y el agotamiento de las reservas de esa única bebida que se consumía a bordo[3]. El rumbo original y la autorización real para establecer una colonia, era Virginia, pero tripulación y pasajeros no bebían agua, que en los viajes largos se pudría en los toneles y no era potable, sino cerveza, como era costumbre en la Inglaterra de entonces por las mismas razones (las aguas urbanas estaban generalmente contaminadas por falta de saneamiento). Cada tripulante y cada pasajero tenían asignada una ración de cerveza de un galón al día (3,7 litros con una graduación de entre 5-6 grados) que utilizaban no solo como substituto del agua y complemento alimenticio sino como alivio de las inmensas penalidades que tuvieron que afrontar en un viaje de nueve espantosas semanas en que las tormentas, el mareo y las dolencias fueron habituales[4]. Cheever, escribe púdicamente, que todos los pasajeros y tripulantes estaban constantemente “impaired” y calcula que sus niveles de alcohol en sangre serían al menos de 0,8 durante todos los días de la travesía pero Cheever reconoce también, que, sin cerveza no hubieran resistido el viaje y sin ella,  la historia de los Estados Unidos que hoy conocemos hubiese sido muy diferente.

A pesar de sus errores y penalidades, que desembarcaran en Cape Cod a unos cientos de millas de Virginia, sino afortunada, fue lo menos malo que les pudo suceder. La tierra a la que llegaron, unas dunas de arena que se extendían quilómetros con masas boscosas más allá de las arenas, no era muy acogedora. Había comida y agua fresca en abundancia pero los peregrinos desconfiaban del agua, no sabían pescar, marisquear, cazar ballenas, ciervos o conejos, ni apreciaban los productos agrícolas para ellos desconocidos que los indios wampanoag locales les podían suministrar. Las discusiones con el capitán del buque eran constantes por las escasas reservas de cerveza que había a bordo que el capitán negaba a los peregrinos  pues las necesitaba para el viaje de vuelta que no pudo realizar hasta cuatro meses después. La mitad de los 102 desembarcados, con escasas provisiones, soportando un frío inclemente, falleció en ese invierno de hambre y escorbuto. En la primavera, los supervivientes que vivían en las rudimentarias casas que habían conseguido levantar en su precario asentamiento bautizado como Plymouth Harbor, (entre ellas la cervecería y una taberna) recogieron su primera cosecha de cebada que transformaron en cerveza. Por entonces ya habían aprendido a romper las conchas de los abundantes mejillones, ostras y langostas lo que les permitió sobrevivir, solo sobrevivir. En los años siguientes, llegaron nuevos barcos con nuevos peregrinos pero muchos de ellos o llegaban tan hambrientos como los colonos o  decidían volver a Inglaterra al ver las duras condiciones de vida en la colonia que podría haber desaparecido si los acontecimientos político-religiosos en Inglaterra y la represión alentada por el rey Charles I no hubiesen provocado lo que después se conoció como la Great Migration o la Gran Migración Puritana.

Aunque ser un “descendiente de los peregrinos del Mayflower” es una señal de distinción en los Estados Unidos, no es a ellos a los que se debe ese punto aristocrático del que presumen algunas familias bostonianas. Los peregrinos eran evangélicos que habían abandonado Inglaterra para instalarse en Holanda porque no aceptaban ser miembros de la iglesia anglicana. Eran gente humilde, “parias” y formaban un grupo no demasiado numeroso entre los otros pasajeros del Mayflower que se habían sumado al viaje por motivos no religiosos. Diez años después de su llegada, una nueva expedición de 700 hombres,  mujeres y niños  embarcados en una flota de más de 10 buques con el Arbella como nave capitana trajo a los puritanos que también venían a América huyendo de la dura represión religiosa provocada por  su negativa a formar parte de la iglesia anglicana. Detrás de ellos, llegaron 20.000 exiliados más que se establecieron un poco más al norte de la Plymouth Harbor de los peregrinos del Mayflower, en lo que  hoy es Boston.  Los puritanos eran calvinistas y entre ellos si venían nobles y gentes educadas que trajeron entre otras mercancías, 10.000 galones de cerveza, 120 toneles de malta para fabricar de modo inmediato cerveza, 12 galones de ginebra y ganado.

Los colonos que llegaban de Inglaterra  tenían dos modos diferentes de beber y Norteamérica oscilaría cíclicamente desde entonces entre estos dos modos fundacionales.  Uno, consideraba la libertad de beber y comer como una libertad esencial; el otro, quería limitar mediante leyes la bebida estableciendo restricciones según la edad o las horas para hacerlo. El primero, llevó a la alcoholización masiva de 1830 en adelante; el segundo, a la prohibición de 1930.

En las dos colonias, la taberna era el centro de todas las actividades locales, una isla de libertad, un confortable lugar para la conversación donde tomar uno, dos o varios tragos. Comida, compañía, calor, abrigo, noticias, juicios, toda la actividad social tenía en ellas su espacio siempre acompañada por la bebida.  Las tabernas, escribe Cheever, fueron la cuna de la revolución.  En 1708 el capitán británico Thomas Walduck escribía:

En  todos sus nuevos asentamientos la primera cosa que hacen los españoles, es construir una iglesia; la primera cosa que un holandés hace en una nueva colonia, es construir un fuerte pero la primera cosa que hace un inglés en el lugar más remoto del mundo o entre los indios más bárbaros, es, levantar una taberna…

Los peregrinos y puritanos no eran abstemios. Desaprobaban la embriaguez pero pensaban, como escribió el puritano de extravagante nombre Increase Mather, juez en los juicios de las brujas de Salem (1692-93), que el beber y las tabernas eran regalos de Dios y la borrachera una criatura del demonio y ese conflicto entre el modo libre de beber de muchos colonos y el modo de los peregrinos y puritanos que despreciaban la embriaguez fue expresado en leyes que todavía hoy son parte de las diferentes actitudes hacia el beber que forman el carácter americano. En 1635, la embriaguez, no el beber, era castigada en las dos colonias con el cepo o el látigo, pero el beber moderado o normal, era para las normas de hoy, excesivo y siguió siéndolo en los años siguientes aunque la dificultad para trazar la línea que separa el buen beber del mal beber no era fácil de precisar ni en tiempos de la colonia ni ahora.

En los primeros años del siglo XVIII las colonias eran famosas por su consumo exagerado de alcohol. Se estaban convirtiendo en “una nación de borrachos”. La cuarta parte de las casas de New Amsterdam (la Nueva York de hoy) se dedicaban a la venta de brandy, tabaco y cerveza. Beber era la norma entre todas las capas de población hasta el punto de que los jueces estaban frecuentemente borrachos. Se bebía en las bodas, y en los funerales, bebían los niños, los escolares, los campesinos y los universitarios. Se bebía al levantarse, en la comida, en la tarde, en la cena… Cuando Harvard se fundó en 1636 fue equipada con su propia cervecería.

El consumo medio de un americano en los años previos a la Guerra de la Independencia (1775-1783)  era entre dos y tres veces el de hoy y ya no era solo cerveza o ginebra lo que se bebía. El ron, destilado a partir de las melazas de la caña de azúcar que llegaban de las colonias caribeñas, con la cerveza, ayudó durante la guerra de la Independencia al favorecer la confianza y el coraje de los soldados, disminuyendo su miedo y el dolor de los heridos. La famosa cabalgada de Paul Revere para advertir del avance de las tropas inglesas, empezó en una taberna y tuvo sus pausas en varias más.  Los que tiraron por la borda el té cargado en los barcos ingleses en la bahía de Boston, (que inició la guerra de independencia) lo hicieron después de haber estado bebiendo durante horas. Quizás, escribe Cheever, las cosas hubiesen sido diferentes si estuviesen sobrios pero no lo estaban y esa embriaguez cambió la historia.

Los primeros presidentes de los Estados Unidos tuvieron que convivir con el alcohol con suerte diversa. Después de sus años como primer presidente de los Estados Unidos, Washington se retiró a su hacienda de Mount Vernon y se convirtió en uno de los principales productores de whiskey, vino y cerveza que elaboraba a partir de sus cultivos de centeno, maíz y viñas. En sus tiempos de general, durante la guerra de la Independencia, fue generoso con las raciones de ron que diariamente repartía entre las milicias pues conocía su valor como estimulante del coraje y como analgésico. Tampoco desconocía el valor del alcohol como “soborno” para ganar el favor de los votantes pues había perdido sus primeras elecciones por no haber donado ron y cerveza a sus posibles electores, error que no repitió en las siguientes elecciones que ganó con una generosa oferta gratuita de alcohol a los votantes “indecisos”. Washington, disfrutaba bebiendo. En un cuadro famoso pintado en  1848,  aparece con un vaso en la mano y una  botella de Madeira en la mesa, brindando con sus oficiales. Treinta años después, cuando el país entró de nuevo en una época de templanza, el cuadro fue re-pintado. Desapareció el vaso de su mano y la botella de Madeira se transformó en su famoso tricornio. Muchos de sus compatriotas habían tenido al terminar la guerra la misma idea que su heroico general. Las melazas que llegaban del Caribe para producir ron dejaron de hacerlo durante la guerra y tenían ahora que pagar impuestos elevados. Hasta entonces, esas melazas llegaban a través del infamante comercio triangular que traía esclavos africanos a las Antillas donde se vendían o cambiaban por melazas que se llevaban a las colonias americanas para ser destiladas y convertidas en ron para consumo local o para enviar a Inglaterra y de nuevo a la costa africana. Los campesinos que tenían abundantes excedentes de centeno y maíz, comenzaron a destilarlos  para transformarlos en whiskey. El país se llenó de alambiques y los hábitos de beber cambiaron una vez más: de la cerveza de los peregrinos y puritanos, al ron de la guerra de la independencia y ahora, al whiskey, barato y fácil de producir. Lo que no cambió fue el consumo que seguía siendo muy elevado y se inclinaba ahora hacia bebidas destiladas de alta graduación. Hamilton, el secretario del Tesoro con Georges Washington, un abstemio militante, hijo bastardo de un noble británico alcohólico, impuso una tasa  a estos destiladores que no estaban dispuestos a pagar después de haber combatido en la guerra de la Independencia, entre otras cosas, para no tener que pagar a los británicos ese tipo de tributos[5]. La consecuencia fue la “Revolución del whiskey” que dejó algunos muertos antes de que los rebeldes accedieran a pagar las tasas. Si Georges Washington bebía sin problemas, su sucesor John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos, no fue tan afortunado[6]. Él no era alcohólico aunque tomaba un tazón de sidra al levantarse pero dos de sus hijos lo fueron. Uno probablemente se suicidó y otro falleció de cirrosis hepática. Otro hijo, John Quincy Adams, no bebedor, fue el sexto presidente de los Estados Unidos pero el alcoholismo siguió corriendo en su familia en sobrinos y nietos. A lo largo de cuatro generaciones más de doce Adams estudiaron en Harvard que como la mayoría de los colleges, antes y ahora, escribe Cheever, era una incubadora de alcohólicos. Incluso hoy en día, cuatro de cada cinco estudiantes de los colleges beben en exceso y 2.000 mueren cada año por causas relacionadas con el alcohol. John Adams, fue consciente por vivirlo personalmente, del daño que el alcohol estaba provocando en su nuevo país y recomendó imponer tasas elevadas a los licores (no al vino y la cerveza) como único remedio para paliar el desastroso efecto del alcohol en la sociedad. Fue el destino de sus hijos el que llevó a Adams  a odiar la bebida y a rechazar la idea popular y masiva que veía el beber como una manera necesaria y benevolente de hacer la vida más placentera. Thomas Jefferson, el tercer presidente, que comenzó a escribir la Declaración de Independencia en la Indian Queen Tavern, acompañada por una botella de Madeira, poseía una cervecería propia y estaba obsesionado con el buen vino. Los congresistas de esos primeros tiempos de la independencia bebían excesivamente pero no se consideraban a sí mismos alcohólicos, palabra y concepto que no existían por entonces hasta que Benjamin Rush, un amigo de John Adams, afirmó que existía el alcoholismo y que era una enfermedad.

En 1830 Estados Unidos era el pueblo más alcoholizado del mundo lo que asombraba a los visitantes extranjeros. Frederick Marryat marino y novelista británico (1792-1848) lo contaba así:

Estoy seguro de que los americanos no pueden hacer nada sin beber. Si se reúnen con alguien, beben; si se despiden, beben; si conocen a alguien, beben; si cierran un negocio, beben; si discuten beben; si hacen las paces, beben…

En ese tiempo había una razón ambiental y económica que estimulaba el consumo de alcohol. Eran años en los que los agricultores americanos que pocos años antes habían empezado a producir wiskey, estaban produciendo una enorme cantidad de maíz que era difícil de exportar por su volumen y su costo. Los granjeros convirtieron todos esos excedentes en whiskey de maíz que se vendía a un precio muy reducido lo que permitió un consumo masivo. Curiosamente, esos excedentes de maíz que el suelo fértil del Medio Oeste siguió produciendo, son también los responsables de la epidemia de obesidad que los Estados Unidos padecen desde hace décadas. Esta vez, el excedente fue transformado en jarabe de maíz con un muy elevado contenido en fructosa que se añadió a “todo”: yogures, galletas, corn flakes, pan, hamburguesas, Coca y Pepsi Cola… [7].

John Chapman, nacido en 1794, que más tarde sería conocido como Johny Appleseed o Juanito Manzanas entre latinos, es un caso relevante en la ocultación del papel del alcohol en la historia americana. Libros para niños, cientos de dibujos, películas de Disney, más de medio millón de entradas en Google, presentan a este hombre como una especie de san Francisco que deambulaba por el Oeste plantando manzanos antes de que llegaran los colonos a asentarse en esas tierras. Su aspecto y sus maneras eran las de un excéntrico: barba y pelo negros muy largos, caminante de pies desnudos, pantalones de harapos y a veces un cazo por sombrero, se le consideraba una especie de ecologista primitivo que regalaba a los colonos, aún por llegar, el fruto dulce de esos árboles. La verdad era muy diferente. Chapman no plantaba manzanos comestibles que precisan ser injertados para obtener frutos aprovechables sino la variedad amarga solo útil  para producir sidra que al congelarla permitía obtener un licor de manzana que podía alcanzar los 60º. Chapman llevó al Oeste remoto el alcohol y por ello fue  apreciado por los colonos, muy alejados por entonces de cualquier otra fuente de suministro.

Durante el siglo XIX a medida que el consumo de alcohol  se incrementaba lo hacían también las asociaciones por la templanza (temperance) que pretendían prohibir el consumo, o al menos restringirlo al vino y la cerveza. Que los campesinos bebiesen en exceso era un problema de salud sin consecuencias inmediatas demasiado graves. Que bebieran los trabajadores de la incipiente revolución industrial que trabajaban con máquinas era otro asunto que podía terminar en muertes propias o de los otros trabajadores. Era costumbre en los primeros tiempos industriales que se hicieran varias pausas en la jornada para beber pero esa costumbre fue suprimida poco a poco debido a los accidentes,  bajas y bajo rendimiento de los trabajadores que además gastaban gran parte de su paga semanal en las tabernas al salir del trabajo y llegaban a sus hogares ebrios golpeando a sus niños y mujeres y privando a su familia de la parte salarial necesaria para vivir. Fue creciendo la opinión de que el alcohol estaba destruyendo el país y la democracia y comenzaron a surgir asociaciones que defendían la sobriedad o al menos el control de los licores fuertes En 1829 había 1000 sociedades por la templanza; en 1834, 5.000 con 11 millones de miembros. El consumo había llegado a su punto máximo desde los peregrinos y la aparición de las sociedades por la templanza anunciaba un cambio de actitud en la sociedad americana. En ese momento nacieron los washingtonianos, grupo de ex bebedores que sabían que nadie abandonaba el hábito por la razón o por la riña que se reunían entre ellos y prometían mantenerse sobrios ayudándose entre sí. Fueron los antecesores de los Alcohólicos Anónimos que los sucedieron cuando los washingtonianos se disolvieron por motivos políticos. El movimiento por la templanza quedo desde sus comienzos unido a la lucha por el voto femenino pues eran las mujeres, que no bebían, las que sufrían las consecuencias de la bebida de sus maridos sin que tuviesen la posibilidad de votar leyes que dificultaran ese consumo.

La guerra civil, (1861- 1865) volvió a elevar el consumo. El alcohol era muchas veces  el ´único analgésico disponible en las curas y amputaciones que servía también como quitamiedos, euforizante y estimulador del coraje. Bebían los soldados, bebían los médicos que casi siempre ebrios, eran rechazados por los soldados. Se decía que en la Guerra Civil se había luchado en los últimos años de la edad media médica. Las armas eran modernas; la práctica médica, antigua. El resultado fueron 700.000 muertos entre tres millones de combatientes, muchos de ellos por las negligencias de médicos borrachos. Había generales abstemios (muy pocos) pero el estratega al que al parecer se debe la victoria de la Unión, Ulises S. Grant, bebía y mucho. Lincoln, que era abstemio, no hizo caso de los que pretendían cesarlo por los elevados costes en vidas humanas que su estrategia ofensiva estimulada por el alcohol, provocaba. Decía, que necesitaba a ese hombre si quería ganar la guerra aunque conocía la idea de Grant, que para ganarla, sería necesario sacrificar una generación entera.

Cheever, no le dedica mucho espacio al Oeste en su libro. Hay pocos héroes abstemios en la historia americana pero dos de ellos estuvieron vinculados al Oeste: el general Custer y Wyatt Earp. El canal del Erie, inaugurado en 1825 entre Albany y Buffalo acortó el camino hacia el Oeste. Eran 400 millas construidas en su mayoría “a mano” por trabajadores irlandeses que recibían una abundante ración de whiskey diaria como parte de su salario. En las condiciones climáticas en las que se construyó, sin whiskey, es Cheever quien lo afirma, es muy dudoso que se hubiera terminado. El ferrocarril de costa a costa terminado después de la guerra civil permitía ir de Nueva York a California en cuatro días en lugar del año que duraba el viaje unas décadas antes. Antes del ferrocarril, al Oeste del Missisipi había indios y tramperos que vivían solos y se reunían unos días al año en un “rendez-vous” en las Montañas Rocosas para vender sus pieles, beber, bailar, tratar con mujeres y comprar lo que necesitaran. La Luisiana que había comprado Jeffersson a Francia había sido explorada y cartografiada por Lewis y Clark años antes en lo que se convertiría en una mítica exploración que terminó pocos años más tarde con la muerte por disparos, no se sabe si propios o ajenos, de un Lewis completamente alcoholizado. El ferrocarril trajo multitudes al Oeste: cada pequeño pueblo comenzaba con un salón y finalizaba con una escuela. El viejo modelo peregrino de, primero la cervecería, después lo demás, se repetía en el Oeste doscientos años después. El relato de Cheever es parco en informaciones en este capítulo, tal vez, porque la historia del Oeste contada en miles de novelas y miles de westerns es de sobra popular. El historiador Frederick Jackson Turner hizo de la frontera el elemento fundamental de la cultura americana y su violencia y sus relaciones con el alcohol están bien documentadas en libros que Cheever no comenta: Violent Land, de David T. Courtwright, analiza la violencia que la presencia de hombres solteros, en su mayoría  bebedores excesivos y con armas provocaba en esas tierras donde la relación hombre/mujer podía ser en los primeros tiempos, de 10 a 1 o la trilogía de Richard Slotkin, sobre todo, Gunfigther Nation, son muy relevantes en este sentido[8].

Después de la Guerra civil el movimiento por la templanza se hizo más poderoso. No solo era el movimiento sufragista que luchaba por el voto femenino para hacer leyes que hicieran del hogar algo más habitable  y menos violento mediante el control del alcohol. La llegada masiva de emigrantes de naciones “bebedoras”, irlandeses, italianos, alemanes, fortaleció el movimiento prohibicionista. En 1920, una enmienda a la constitución, la 18ª,  y la Ley Volstead que desarrollaba la enmienda, convirtió los Estados Unidos en una nación “seca”, una nación de abstemios forzosos. La Ley tuvo desde el principio sus trampas. Permitía recetar whisky como medicamento (con lo que se despachaban 300.000 recetas al año),  elaborar vino de misa (con el consiguiente incremento de ventas que no llegaban a las sacristías), o la fabricación de zumo prensado que si se dejaba expuesto al aire fermentaba y se transformaba en vino.

La prohibición (1920-1933) fue un desastre.  Nunca fue respetada en las grandes ciudades ni en la misma presidencia del país (Harding, presidente entonces, y bebedor habitual, siguió bebiendo en la Casa Blanca), trajo consecuencias contrarias a las pretendidas e hizo surgir una nueva delincuencia organizada y mortífera que corrompió toda la sociedad americana  incapaz de controlar los 9000 kilómetros de frontera con Canadá y los miles de speakeasies, las tabernas clandestinas en las que se bebía, se bailaba, y convivían hombres con mujeres y blancos con negros. Un periodista americano escribió que la historia de Estados Unidos podía resumirse así: Colón, Washington, Lincoln,Volstead, segundo piso, pregunte por Gus…[9]

Un año después de promulgarse la 18ª enmienda se aprobó la 19ª que permitía el voto femenino. Las sufragistas que habían impulsado la prohibición para pacificar sus hogares conseguían al fin ver reconocidos sus derechos. ¿Cómo pudo aprobarse la enmienda que prohibía beber? Se preguntaba Daniel Okrent: ¿Como un pueblo amante de la libertad decidió abandonar un derecho privado que había sido libremente ejercido por millones y millones desde la llegada de los primeros colonos al Nuevo Mundo? . Los que no bebían, responde Okrent, eran mucho más eficientes que los bebedores cuando se trataba de organizarse y conseguir la aprobación de la enmienda y eso a pesar de que la Constitución regulaba “solo” las actividades del gobierno no las individuales y privadas sobre las que incidía la enmienda. A que así ocurriera, ayudó la ausencia de multitud de soldados que no pudieron votar porque permanecían en sus destinos militares de la I Guerra Mundial y el recelo ante la inmigración masiva de bebedores de países europeos que llegaban en oleadas en ese tiempo.

Cheever, llega a escribir, con cautela eso sí, que la revolución rusa de 1917 fue la consecuencia de otra Ley Seca, la prohibición del vodka por el zar Nicolás II en 1914 para evitar que los soldados, como había ocurrido en las guerras anteriores, estuvieran demasiado borrachos para luchar. Los ricos rusos siguieron bebiendo pero los pobres no. La ley seca del zar barrió a los gobernantes bebedores y trajo a gobernantes abstemios como Lenin y Trosky que mantuvieron la prohibición y pedían a sus camaradas en los primeros días de la revolución que no bebieran `pues además de los efectos nocivos del vodka, existían numerosos licores destilados  clandestinamente que eran tóxicos. Rusia, tiene hoy una ley seca parcial, después del intento fallido de 1985 de prohibir el vodka, como en tiempos del zar Nicolás II. La prohibición se retiró pocos meses después.

Cuando en 1932 se modificó la enmienda que establecía la ley seca, el consumo volvió a incrementarse casi a los mismos niveles del siglo XIX. De los siete premios Nobel de literatura americanos, cinco fueron alcohólicos: Sinclair Lewis, Eugene O´Neill, William Faulkner, Ernest Hemingway y John Steinbeck aunque no sé si Cheever considera americanos a T.S.Elliot y Saul Bellow, “anglo-americano el primero, candiense-americano el segundo, que con Pearl S. Buck y Tony Morrison son los nueve americanos premios Nobel de literatura. Con la excepción de Poe, los escritores del XIX no bebían en exceso (Thoureau, Melville, Emerson, Hawthorne, Whitman), y los del XXI tampoco, dice Cheever,  pero los del XX en los tiempos que siguieron a la prohibición, bebieron por sus colegas del XIX y del XXI y en ellos hay que incluir además de los Nobel, a Dasiel Hammett, a Raymond Chandler, a Scott Fiztgerald y a tantos otros entre ellos, algunas mujeres y dos excepciones: Upton Sinclair que vivió con una padre alcohólico y Jack London.  Cheever, piensa que la prohibición hizo el alcohol  más atractivo para los escritores. Fue un tiempo en que escribir y alcoholismo eran casi sinónimos y se pensaba que crear, literaria o artísticamente, exigía beber. Hemingway presumía de haber bebido desde los 15 años y de que pocas cosas le habían proporcionado tanto placer. Faulkner escribió que la civilización comienza con la destilación y es famosa la réplica con la que un enfadado Sinclair Lewis respondió a un periodista: ¿Puede usted nombrarme cinco escritores desde Poe que no murieran por beber?… Algunas razones, además del atractivo de la prohibición las propuso el psiquiatra Donald Goodwin:

Escribir es una forma de exhibicionismo; el alcohol reduce la inhibición e impulsa el exhibicionismo en muchas personas. Escribir requiere estar interesado en las personas; el alcohol incrementa la sociabilidad y hace más interesantes a las personas.  Escribir implica fantasía; el alcohol la promueve. Requiere autoconfianza; el alcohol la refuerza. Escribir es un trabajo solitario; el alcohol alivia la soledad. Escribir demanda concentración intensa; el alcohol relaja…

Era el lado brillante del alcohol pero el lado sórdido y obscuro, la salud deteriorada, la familia rota, la ruina económica, el carácter pendenciero, el suicidio por no hablar del casi exterminio total de los indios (nativo-americanos) provocado por el alcohol con ayuda de las enfermedades europeas desconocidas y de las masacres. Un líder indio escribió que la conquista solo fue posible porque los indios estaban borrachos. El alcohol fue utilizado también para controlar a los esclavos africanos.  Cuatro de los escritores que eran alcohólicos en los años siguientes a la prohibición, se suicidaron.  Antes de la Prohibición los hombres bebían mientras las mujeres en casa retorcían sus manos y lloraban pero varias mujeres  que escribieron en los años 40 bebían como sus colegas masculinos: En ese tiempo ser un escritor casi siempre significaba ser un alcohólico… y muchos que eran o querían ser escritores abrazaron esa identidad sabiendo que arruinaría sus vidas.

A partir de 1980 los escritores americanos y la nación en su conjunto se alejaron lentamente de las borracheras y del fumar y comenzaron a correr o a ir a los gimnasios en vez de reunirse en los bares. Dejó de ser tolerable la conducta salvaje de los partys de los 50-60 o el acoso a la anfitriona, y nadie, (y si lo hace será sancionado)  conduce de vuelta a casa borracho siguiendo la línea amarilla de la carretera para no salirse de la calzada. El nivel de alcohol permitido para conducir se fue reduciendo cada vez más y los Estados Unidos entraron en un nuevo período de moderación. Las películas muestran claramente esa evolución: las redacciones de los periódicos, las sesiones del Congreso, las reuniones de negocios, las comisarías, los estadios, los restaurantes, mostraban a todos o casi todos los participantes fumando y bebiendo. Sin importar el lugar o la hora, cualquier visitante era recibido con la casi obligada fórmula de: ¿Una copa?… Esas escenas han desaparecido de las películas modernas pero en su lugar,  han aparecido las drogas que antes apenas tenían presencia. Los escritores siguen a veces bebiendo pero muy alejados  de  los consumos de los años posteriores a la prohibición. Una nueva oscilación del péndulo, esta vez hacia la sobriedad, se había producido.

En los tres capítulos finales del libro, quizás los menos convincentes, Cheever, se ocupa del senador de la “caza de brujas”, MaCarthy, un alcohólico confeso y paranoico que murió de cirrosis, de los escoltas de Kennedy a los que “acusa” de no haber estado vigilantes en la mañana del asesinato en Dallas por haber pasado la noche anterior bebiendo hasta altas horas de la madrugada y de la intolerancia al alcohol de Nixon, criado en una familia cuáquera abstemia que aprendió a beber en la Marina,  al que a veces le bastaba una copa para emborracharse, cosa que ocurría con frecuencia en situaciones de crisis para su país que tenía que resolver Kissinger porque su presidente estaba en unas condiciones lamentables durmiendo la borrachera.

Cheever, por razones desconocidas, no estudia el rol del alcohol en la época de la Gran Depresión, que coincide en parte con los años de la ley seca, ni se ocupa de la floating army, del “ejército flotante” de millones de trabajadores nómadas que en ese tiempo recorrían el país en busca de trabajos temporales lo que deja un vacío en el libro que no es el único. Tampoco dedica mucho es espacio a los nuevos modos de beber y a la substitución del alcohol por las drogas en las últimas décadas. A pesar de esos vacíos el libro es lo bastante interesante para que le sean perdonadas esas ausencias.

 

[1] Cheever dice de  sí misma que “era una adicta a todo”: “como muchas mujeres, yo controlaba una adicción con otra…cuando beber se volvíó  un problema dejé de beber y empecé a comer. Cuando gané peso volví a beber o a gastar más dinero…”.

[2] Thoreau hizo tres viajes a Cape Cod entre los años 1849 y 1855 y publicó más tarde el relato de esos viajes en Cape Cod (Dando Pata, 2009) donde habla, entre otras muchas cosas,  de los tiempos de los peregrinos. En su libro hay una erudita nota sobre Galicia: “La playa más próxima a nosotros del otro lado…exactamente al este, se hallaba en la costa de Galicia… el audaz cabo de Finisterre, un poco al norte…se adelantó hacia nosotros…”. Thoreau, era abstemio. Emerson, también vecino de Concord, se quejaba de que no era fácil hablar con un abstemio como Thoreau.

[3] Puede consultarse al relato de los primeros tiempos de la colonia en http://www.histarch.illinois.edu/plymouth/mourt1.html

[4] Pasajeros y tripulantes comían carnes saladas de cerdo, vaca o caballo, algo de queso, guisantes y habas. Una dieta tal tampoco ayudaba a mantener la sobriedad a bordo.

[5] El problema era que pagaban tributos a la metrópoli sin tener representación en el Parlamento. Hamilton, mantuvo las tasas porque, decía, ahora si hay representación parlamentaria.

[6] John Adams y sus hijos John Quincy y Charles Adams, desembarcaron en Ferrol en 1779 camino de Francia, viaje que hicieron por tierra. Su destino era el puerto bretón de Brest al que no pudieron llegar por una vía de agua en el buque francés en el que navegaban.

[7] Martel. F. Cultura Mainstream. Taurus. 2011.

[8] Jackson Turner.F. History, frontier and section. University of Nuevo Méjico Press.1993; Courtwright.D.T. Violent Land: single men and social disorder from the frontier to the inner city. Harvard University Press. 1996. Excelente libro que estudia las razones de la violencia en Estados Unidos desde la colonización a los guetos y la epidemia de drogas. Slotkin.R. Gunfigther Nation.Harper Perennial.1993. Libro no menos interesante centrado en el mito de la frontera (del Oeste) y su papel en la formación de la cultura americana.

[9] Vid: La fractura: vida y cultura en Occidente, 1918-1938. Philipp Blom. Anagrama. 2016.