Memorias de Tonio.- Tonio comparte con los románticos históricos la fascinación por la originalidad. Tanto en lo que hace a la manera de vivir la única vida de que los mortales dispondremos, como en lo que atañe al pensamiento, la comunicación o la curiosidad intelectual.
Escritor y analista de la sociedad contemporánea, al estar obligado a mantener de por vida denso trato personal con el mundo académico, se ha mostrado más bien zumbante con sus ritos, tesis, libros, tradiciones e intervenciones públicas. En la manera de contar las historias, pasa por ser lo que siempre aspiró a ser: radicalmente anti-académico.
–Tu hermano no pertenece a ninguna Escuela y eso (en España por lo menos) es imposible. Acabará pagándolo, y muy caro
Palabras leales (un tanto altisonantes) de profesor-investigador español, comunicadas a mi hermano, para que éste me lo hiciera saber. Advertencia leal que, cada cual a su modo, me fueron reiterando después –a lo largo de la vida- otros eminentes amigos universitarios de los más diversos bandos y capillas neofeudales como campan en nuestras Universidades, cuando ya había tomado el camino irreversible de vivir de otro modo la vida intelectual.
-Mi hijo Tonio –le contaba mi madre, en sesión de prueba de costura, a una de sus clientas– piensa dedicarse por entero a la investigación y la escritura. ¿Qué le parece a usted?
-¡Sáqueselo de la cabeza, Evangelina! ¡Es una locura!. Un chico tan brillante, con madera de subsecretario, tiene que hacerse catedrático universitario. Cuando lo sea, ya puede investigar y escribir lo que quiera. ¡Como hacen todos!.
Para mi madre y su clienta ilustrada, como para mi admirada Rosalía de Castro, libros, escritos, poemas, investigaciones, siempre fueron, son y serán “mal género”, de difícil venta, con los que es prácticamente imposible sobrevivir. Aunque mis primeros libros se vendían, comparativamente, bastante bien, las tres andaban sobradas de razón, a pesar de sus radicales diferencias de edad y nombradía. Yo mismo hace muchos años que he dejado de publicar libros en las editoriales españolas de mayor prestigio. Desde hace algunos, tampoco los fabrico en mi propio Taller de Ediciones. Una iniciativa que Tonio introdujo en España, para sobrevivir tras la llamada crisis del papel de los años 90. Crisis aquélla nada estudiada, pero que produjo un auténtico cataclismo político-cultural, cuyas fatales consecuencias lamentamos todos en nuestros días...
Uno, que siendo español,
no cobra del Presupuesto Público
El argumento leal y razonable, tan generalizado, tiene más miga de la que parece, y enorme trascendencia pública.
Ya en tal suerte de avisos y consejos sale a flote uno de los muchos males de la patria (si se me permite decirlo en el lenguaje ampuloso y falsario del que tanto se abusa en este desdichado y fascinante país de las mil patrias mal avenidas entre sí). La empleomanía, que es como empezó a llamarse la tendencia, cuando se inventó la palabra (pronto hará 200 años), es el origen de sinnúmero de corrupciones, enormes o chicas, iniciadas con semejantes vicios funcionariles y corruptelas profesorales. Sobre todo, en España, donde el 90 por ciento de los gobernantes proceden de la Administración y la Enseñanza (en sus más distintas formas y niveles), cobrando honradamente o saqueando con denuedo –como burócratas y políticos- el Erario Público. ¡Los que estaban obligados a ser mandados, mandan. Un mundo al revés. Esa es la España!
El truco generalizado de hacerse profesor –sin ir mas lejos- para dárselas socialmente de filósofo, jurista, poeta, científico, historiador, escritor, economista o lo que sea, lo contamina todo, empezando por el fundamentalísimo trabajo de los profesores exclusivamente pedagogos. Los únicos que la Sociedad contrata -a través del Estado- para que enseñen a sus delfines, no para que se luzcan –como los curas y los frailes de antaño- en todos los saraos, o en la política de los partidos alternantes. ¿Es que no hay otro modo de salir a flote?
Pues no es fácil, ni recomendable, esa es la verdad, porque lo impide el propio Estado y sus Ministros, al alentar la rutina manifiesta en los ámbitos de los que proceden (el profesorismo, por ejemplo), favoreciendo la más desleal de las corporativas competencias para el ciudadano librepensador, y para todo aquel que aspira a permanecer al margen del erario público. El mal es añejo…
Siempre recordaré el gozo que sentí al consultar en la Biblioteca Nacional de España los tres volúmenes que componen un libro mucho más que centenario y cómo -al localizar en el Rastro de Madrid su tercer tomo (más de 900 páginas) de la segunda edición, bastante destartalado- me lancé a por él con furia de poseso. Hoy –felizmente- puede leerlo todo el mundo en internet, de forma abierta y gratuita.
Los ministros en España desde 1800 á 1869. Historia contemporánea alcanzó dos ediciones (síntoma de éxito); pero con dos editores distintos (síntoma de que la primera tuvo problemas). En esa primera edición (Madrid, 1869), su Editor se presentó como Sociedad Anónima: J. Castro y Compañía. Un sello editorial vinculado a los primeros demócratas, republicanos unitarios o federales, enfrentados ya (a los pocos días del pronunciamiento de septiembre de 1868) a sus aliados, progresistas y unionistas. Cuatro años antes de que aquéllos protagonizaran el cisco de la Primera República Española (febrero-diciembre, 1873). La segunda edición varió de editor (Luciano Laffitte) y es más tardía. Mi tercer tomo –el último- se editó en 1874, al fragor de dos guerras civiles simultáneas y contradictorias, la cantonal y la carlista, y con un republicanismo dividido en cinco facciones irreconciliables… Una y otra edición mantiene, sin embargo, el título y la irónica fórmula de la autoría (que ya es mérito, tras tanto trasiego de ministros como hubo en aquella década y en el período histórico al que se refiere, cuando arranca el uso de la palabra empleomanía): Los ministros en España desde 1800 á 1869. Historia contemporánea, por uno que siendo español no cobra del Presupuesto.
Tonio tampoco cobró las 14 paguitas del Estado desde los contratos laborales de 1968-1972 (Comisaría del Plan de Desarrollo y Ministerio de Educación), su período burocrático, y no figura ni figurará nunca en semejante obra, ni en cualquiera otra que actualice su temática. Escaldado de aquella experiencia cuatrienal, jamás concibió la disparatada idea de ser ministro o subsecretario, y (a pesar del silencio patriótico-corporativo y de la competencia desleal del agobiante profesorismo de nuestros días) considera que su decisión de vivir de lo que le gusta y realiza con deleite, sin dar codazos ni fomentar el aburrimiento, la farsa permanente y la profesoral incultura, fue un acierto existencial que el lector de estas memorias sabrá apreciar.
Conversas del Rastro
(“Cuando marzo mayea, mayo marcea”)
Algo de esa vida original que Tonio comenzó a vivir con plenitud a los 30 años se fue gestando, como es lógico, desde mucho antes. Acaso cuando comenzó a complacerle (en lugar de contrariarle), el raro misterio de haber nacido no en un día, ni siquiera en dos días. Una circunstancia ésta última curiosa, en la que nunca había reparado, hasta que mantuvo en el mismo Rastro de Madrid (el domingo 19 de mayo de 2013) la conversa que paso a relatarles, evocando el escenario.
Día invernal, con nieve en las cumbres de la Sierra de Guadarrama, cuando el mes de mayo ya iba más que mediado, nos obligó a hablar del tiempo. “¡¡Esto es Siberia!!”, exageraba un vendedor. En la Almoneda de Fernando Guillén (que yo cruzo los domingos, porque da a dos calles y está llena de objetos curiosos, dignos de visitar) charlamos del tiempo. En un fleco de la conversa, Fernando me dijo:
-Yo nací un 6 de mayo.
-¡Vaya, yo también nací en mayo; pero no sé en qué día, ni quiero saberlo!
-¡Qué casualidad, como mi hermano! Nació, según mis padres, a las 00,00 horas, entre el 31 de diciembre y el 1 de enero. Entre dos años. Por cuestiones utilitarias y burocráticas, que ahora no recuerdo, en el Juzgado se inscribió con fecha de 31…
-¡Curioso, sí señor, y lo mismo sucede con los nacidos a esa hora todos los meses y días del año, pero -sobre todo- en el fin de año. Jamás lo había pensado!
Pues bien: el caso de Tonio es –pienso- aún más original. Por eso me tomo la licencia de contárselo a mis lectores.
Hasta los 9 años (1951) yo creía haber nacido en el Campamento de Santa Bárbara (Requejo de Sanabria, Zamora) el 21 de mayo de 1941, miércoles. Así constaba en la documentación trabajosamente conseguida por mi padre cuando me matricularon en el Instituto de Pontevedra para el examen de Ingreso en el Bachillerato.
Con ese convencimiento circulé por mi pequeño mundo de mocito urbano pontevedrés durante muy poco tiempo, porque el dos de junio de 1951, cuando pasé por la Secretaría del Instituto a recoger el Apto, me encontré con que no era cierto lo que yo creía.
Según el Libro de Calificación Escolar nací el 26 de mayo de 1941, lunes. Al hacérselo saber a mi padre, hizo éste un mohín que me dejó intrigado. Sabedor, sin duda, de que en una sociedad tan torpemente burocrática y disfuncional como la nuestra, los constantes errores administrativos los acabamos pagando los ciudadanos, mi padre pensaba que había que estar ojo a vizor, por si la discordancia pudiera ocasionarme alguna molestia.
Como me dejó intrigado, cuando descubrí la existencia del Libro de Familia de mis padres, me fui derecho a la información que allí constaba de mi mismo; pero -¡oh, desilusión!- allí reza que nací el 25, domingo. Como la cosa se ponía seria, mi padre pensó que era mejor volver a los orígenes, solicitando una nueva partida de nacimiento al Juzgado de Requejo de Sanabria; pero la nueva partida del juzgado zamorano dijo esta vez que Tonio había nacido el 15 de mayo, jueves. Desde entonces, además del desconfío de las Administraciones Públicas, no he vuelto a consultar los horóscopos, porque aún hoy no sé si soy Géminis o Tauro.
De acuerdo con mi padre, y tal como hizo el padre de Fernando con su hermano, tomamos la decisión utilitaria de no meneallo. Nos fuimos al notario y sacamos copia notarial del último documento para los usos oficiales, y yo comencé a sentirme cada día más feliz sabiendo que –sin salir del mes de mayo- nací en curioso parto interminable de mi madre que duró -oficialmente contados- once días. Entre un domingo y un jueves.
De cómo nací en Ningures
(La originalidad de estar muerto desde las cero horas de mi vida)
En un viaje de Pontevedra a Madrid con mi madre, recién comprado nuestro Dyane 6 (1975), decidimos detenernos en el Padornelo para que ella me aclarara otro misterio de mi curioso nacimiento oficial, de tantos días. Gozamos, como nunca hasta entonces, de la formidable belleza agreste del lugar, de los restos de la grandeza humilde de lo que fue en su día Requejo de Sanabria; pero no hubo modo ni manera de localizar restos del Campamento de Santa Bárbara, donde mis padres habían vivido 14 años cruciales, con la guerra civil (terrible allí) en el intermedio.
Está claro que Evangelina no pensaba encontrar la casita de planta baja, circundada por el pequeño huerto, con la salita de costura, de cuando comenzó a coser para fuera (con gran contento de las señoras de los ingenieros, jefes de mi padre), haciendo célebres sus ponderadas cualidades de modista, salida de su propio talento.
La pobre mujer quedó sumida en el mayor desconsuelo. No había ni un mal rastro de un Campamento en el que habían vivido desde su casamiento (1927) hasta pocos meses después de mi nacimiento: ¡14 años de lejanía de sus añoradas casas patronales de Rianxo y Pontevedra!.
-¡Cómo es posible, Tonio, cómo es posible que no quede nada de aquéllo!. Era una pequeña ciudad, con sacerdote, escuela, médico y maestro. Sólo en el túnel se turnaban más del millar de hombres como castillos, que tenían mujeres e hijos en el Campamento. Había luz eléctrica, agua corriente y comodidades, que no teníamos siquiera cuando retornábamos a la casa de tus tíos, en Pontevedra!.
Ella desconsolada y yo cada vez más gozoso. ¡Otra esencia que se iba a freir puñetas, dándome un nuevo motivo para mantener la originalidad de mi existencia!
Había nacido en Ningures, bellísima palabra de nuestra lengua gallega, inventada por un viejo país de emigrantes de todas clases para mentar la patria de Ninguna Parte. En un entorno agreste, limpio de contaminación y maravilloso. Acaso por ello he llegado a ser un ser humano tan frágil como las flores, los cucurriles o las fresas silvestres; pero capaz de resistir todas las furias, nevadas y vendavales… mientras el cuerpo aguante.
Andando los años, con las dudas consiguientes acerca del lugar exacto o aproximado de mi natalicio, parábamos (y aún lo hacemos) en Requejo y el Padornelo, pueblos hermanados –a través del nacimiento de Tonio– con Rianxo, por la formidable coincidencia de que las devociones guadalupeñas de esos pueblos –separados por más de 300 kilómentros- nacen de la casualidad, rigurosamente histórica, de que las dos imágenes de la Virgen de Guadalupe, fueron talladas en cartón piedra, por las mismas manos de un monje rianxeiro, que las recreó a imagen y semejanza de la que señorea el célebre santuario extremeño de Guadalupe, en el siglo XVIII.
Por estos nuevos amigos de Requejo he llegado a saber otro detalle gracioso de mi nacimiento. Resulta que el Campamento de Santa Bárbara, alzado para construir el enorme túnel ferroviario del Padornelo, estuvo más o menos donde está hoy otro túnel del célebre puerto sanabrés: el de la autovía.
Allí vivieron mis padres, como digo, los años de recién casados y allí concibieron al hermano que yo nunca llegaría a conocer, porque -habiendo nacido en 1929- falleció como hijo único 10 años más tarde, en La Seca (Pontevedra), donde residía los meses lectivos del año académico, en la casa patronal de mi padre, con su hermana Carmen. Fallecido por un monumental fallo médico, cuando iniciaba estudios de Bachillerato en mi propio Instituto.
Aquel niño, que había sido el chiche del Campamento, por su aspecto, su aplicación y las mil y una cualidades que mi madre ponderó de por vida, al morir de manera tan dramática e inesperada, fue enterrado en el cementerio familiar de la parroquia pontevedresa de Mourente, donde también moran mis padres, y donde el difunto luce en piedra mi propio nombre con los dos apellidos: José Antonio Durán Iglesias. Como si Tonio hubiera muerto el 2 de junio de 1939. ¡Dos años antes de venir al mundo!
El anuncio público de mi singularidad
(Enrique Fernández-Villamil Alegre)
El mensaje parecía claro, pero era personal, secreto e intransferible. Desde el nacimiento, las burocracias y las circunstancias parecían haberme marcado con el don de la singularidad; pero ¿tendría acaso talento y condiciones para ejercer de original en una tierra como la nuestra donde –hasta para mi madre- la verdadera carrera es la de los funcionarios, públicos y vitalicios, siendo los demás una especie de ciudadanos de segundo orden, condenados a pagar impuestos y a disfrutar –como mirones votantes- de los llamados derechos civiles?
Dejando al margen la historia secreta que les he contado, yo era un niño normalisimo. Y me sentía feliz siéndolo y sabiéndolo. Ni mejor ni peor, ni más alto ni más bajito, que mis cincuenta y tantos compañeros de curso y de Instituto de Bachillerato. El único existente entonces en mi bella ciudad.
Pues bien: éstos últimos años, al establecer la sede gallega de nuestro Taller de Ediciones en la que fuera la casa de mis padres, alzada de nueva planta desde los cimientos a su tejado de zinc, al volver a residir en Pontevedra una parte importante del año, fui recuperando a los supervivientes de aquella tropilla encantadora de hace sesenta años.
Yo no podía imaginar siquiera que, después de tantos años, esos amiguitos de entonces (hoy abuelos) aún recordaran con nitidez el día y el momento del acontecimiento.
Se produjo en una de las clases de Lengua Española, cuando era catedrático e impartía la asignatura Enrique Fernández-Villamil Alegre (Valencia, 1904/ Madrid, 1967). Nombre venerable de la vida social y cultural, según fui sabiendo mucho después. Un valenciano, formado en los colegios de la Compañía de Jesús, que llegó a Pontevedra en los años treinta, desplegando benemérita actividad, de las que dejan huella. No sólo en lo que el común conoce, al haberse confirmando como uno de los nombres sagrados de la erudición histórica local pontevedresa. También por lo que yo he llegado a saber y desconoce la mayoría.
Haciendo valer su condición de director del Archivo y la Biblioteca pública, instalada a la sazón a la entrada del propio Instituto, aquel profesor bajito, muy atildado en lo que hacía a vestimenta y bastante solemne en sus apariciones, integrante de la derecha civilizada y beligerante, salvó de la hoguera, la dispersión o el latrocinio –entre otras- la biblioteca de Castelao, pasada -después de su traslado a un Instituto de Madrid- al magnífico Museo de la ciudad, donde yo mismo la he investigado, cuando me disponía a estrenarme como escritor de libros…
Nada de eso sabíamos nosotros, sus alumnos, por entonces; pero sí que, en algunos casos, nos beneficiamos (entonces, y sobre todo después) de aquellos libros venerables, aparentemente encarcelados, pero accesibles al lector que los solicitara. Libros en los que fuimos confirmando la personal heterodoxia.
Pues bien: al estar colocados en la clase por orden alfabético de apellidos, yo me sentaba en la segunda hilera de mesas, compartiéndola con Vicente Domínguez Sansilvestre (Vichi, en nuestro argot del primer Teucro de balonmano, donde también fuimos compañeros) o con mi primo Milucho. Entre los de las mesas de delante, de al lado y de mis espaldas, se sentaban el hijo del propio Villamil y distintos apellidos más o menos resonantes de la vida local, militar y provincial, entre ellos una celebridad del fútbol hispano-brasileiro, Ufarte, y otra amistad deportiva inconmovible: Pepe Suárez (el Perrete de los albores del que sería legendario Pontevedra C.F. del Hai que roelo)…
Todo estaba como todos los días cuando Villamil, de manera un tanto destemplada, dijo que venir a nuestra clase era como perder el tiempo, porque con la excepción de aquél y de aquél…
Era un acontecimiento insólito. Por primera vez en nuestras vidas una autoridad, en público, señalaba con el dedo y la mano extendida los lugares donde se sentaban los aludidos. La clase, de manera automática, giraba las cabezas y buscaba con la vista a aquellos a los que se refería. Y asimismo lo hice yo, mirando hacia atrás, cuando se produjo el milagro: “No mire hacia atrás, señor Durán. Le he señalado a usted”.