Hace 40 años (1972), aliados con la revista Triunfo y la editorial Siglo XXI, pusimos en circulación la figura de Basilio Álvarez (Orense, 1877-Tampa-Florida, 1943). Una de las personalidades más atractivas y complejas de la intrahistoria orensana, gallega y española del siglo XX.
¡Qué años de investigación aquéllos! Cada anotación, cada ficha, resultaba aún más atractiva que la anterior. Las noticias de Orense, en concreto, me fascinaban.
Comparecía Basilio entonces, como en las caricaturas personales que le dedicó el primer Castelao, en la etapa más novelesca. Como cura y agitador nada clericalista, a pesar de sus ropas talares y las explosivas metáforas litúrgicas (“¡¡¡Hay veces que la dinamita huele a incienso!!!”). Cuando era el agitador agrarista de oratoria civil más barroca, brillante y original de la lengua castellana. Con su voz tronante, convocaba multitudes. Era lo nunca visto en las aldeas gallegas…
La actitud de después (1923-1929), tan complaciente con la brillante gestión autoritaria de la dictadura de Primo de Rivera (a pesar de la denuncia terminante del fascismo, la simpatía por el socialismo, el silencio con el neo-comunismo), como la breve caminata muy independiente en el barco sin rumbo del Partido Radical de Lerroux en los años intermedios dela segunda República (1933-1935), complican hasta extremos indecibles su biografía.
De la primera complacencia, debido al brillantísimo historial agrario y anticaciquista, lo sacó adelante (como a tantos otros complacientes con la Dictadura, empezando por la plana mayor del nacionalismo galleguista) Santiago Casares Quiroga; de la segunda, Manuel Portela Valladares. En conjunto, tres personajes que ayudan a situar históricamente la figura de Cándido Fernández Mazas, Fer-Mazas, Dichi. Desde sus comienzos hasta la guerra civil.
Cuatro tipos de distintas edades, harto diferentes entre sí, que llenan de carnosidad, heterodoxia y contradicción aquellos tiempos. ¡Cuatro pruebas, en definitiva, para historiadores de fuste, y otros tantos martirios para profesores, periodistas y demás predicadores del catecismo nacional patriótico aún predominante!
Madrid y Barcelona
(El destierro del abad de Beiro)
Basilio Álvarez, abad de Beiro, en acción oratoria. Por Castelao
El tramo intermedio de la vida del cura agitador es el que más nos importa evocar en este momento (1915-1925). Fue -sin duda- tan brillante como el primero (1910-1914); pero poco conocido. Incluso en Galicia.Aquí, porque a la incultura habitual que los españolitos padecen de la intrahistoria española contemporánea, ha venido a añadirse el nacionalismo galleguista de manual, pretendidamente histórico.Algo así como el cuento de nunca acabar. Una catequesis que se paga al alto costo de no entender nada de nada, ni siquiera de ese galleguismo.
Apenas nadie sabe, por lo mismo, que Basilio fue uno de los pocos españoles de su tiempo que demostró capacidad para establecer relaciones operativas con personajes antitéticos, que parecían inconciliables. De varias generaciones sucesivas. De los campos más diversos…
Del viejo carlismo jaimista de su paisano Vázquez de Mella, por ejemplo, llegaba —por su derecha— a un jovencísimo maurista de la edad del general Franco que crearía uno de los pocos movimientos sociales nominales del primer tercio del siglo XX, También paisano suyo: José Calvo Sotelo (¿recuerdan la importancia del calvosotelismo, en la provincia de Orense sobre todo?).
Pero la apertura basilista aún resulta más desconcertante si se mira hacia la izquierda oficial. Aquí, con la complacencia de Canalejas y operando desde el púlpito a los lupanares, la palabra y el talento de este cura pudo montar un poderoso frente de oposición a los Bugallal (la familia política cuyo dominio caciqueril cruzaba dos provincias gallegas, metiéndose desde las tierras del Tea en los más profundos ríos orensanos). Ver en las grandes movilizaciones agrarias de los años diez a este estilo de personajes, cogidos de la mano de los líderes de la Conjunción Republicana-Socialista, parecía ensueño de ilusionista al propio Calvo Sotelo; pero fue realidad que sólo Basilio pudo conseguir. Hasta que el asesinato de Canalejas dio vuelos al obispo Ilundain y al Gobierno para volver contra él curitas y civiles, en la trama que le desvistió de clérigo y le desterró de su tierra gallega durante cinco años (1915-1920). Justo los años capitales para la formación artística e intelectual de los jóvenes nacidos en el período de entresiglos. Cuando Candidito (n. en 1902) comparece en la vida de sociedad.
Como don Basilio tenía la misma edad que su padre, se puede comprender con qué intensidad siguieron la evolución del desterrado en la casa de Dichi.
Cuando Francisco Franco se convirtió en el general más joven de Europa, Basilio Álvarez le impuso el primer fajín de general en el Centro Gallego de Madrid.
Capellán de los Urquijo a los 30 años, aquel curita ya era alguien en el Madrid de comienzos del siglo, y volvió a serlo tras ese destierro de 1915, en los primeros compases de la Gran Guerra… Pero era alguien, igualmente, cuando viajaba a Barcelona. Tenía aquí acceso fácil al nacionalismo moderado de Cambó, a través de Portela Valladares, y a su antítesis: el mismísimo Alejandro Lerroux. En los años veinte, era jaleado por el nacionalismo republicano de Companys (quien, por cierto, junto a Tarradellas, puso todo su interés en salvar su vida y la de Portela). Con este último militó en el Partido de Centro Democrático, fracasando ambos en el intento de impedir la guerra civil, iniciada -tras el asesinato de su amigo Calvo Sotelo- con el fracasado golpe de Estado que protagonizó otra de sus amistades: Francisco Franco.
Mucho antes, en los meses del pistolerismo barcelonés, Basilio paseaba las Ramblas del brazo de los dirigentes sindicales del movimiento rabassaire, y escribió en su periódico una de las más sentidas necrológicas que aparecieron en la prensa española sobre la víctima más elocuente de aquella locura, porque Seguí, El Noi de Sucre, era otra de sus amistades más firmes.A pesar del sindicalismo revolucionario…
Así de complejo y ricaz era el excura de Beiro, líder indiscutible del movimiento agrario anticaciquista de Acción Gallega. Y toda esa complejidad la metió en Orense y enla Galicia Sur, cuando se reencontró en Madrid –la meca de los desterrados españoles- con otros compañeros de destierro.
En el Madrid de 1915 los basilistas encontraron abiertas de par en par las páginas de España Libre, un periódico del riojano Eduardo Barriobero, en el que fueron primeros espadas Manuel Lustres Rivas y Javier Montero Mejuto, lugarteniente y biógrafo —respectivamente— del líder deAcción Gallega.
También en la Villa y Corte, por gracia de la antigua amistad con Luis Antón del Olmet (y por la pasta propagandística que circulaban aliadófilos y germanófilos, enfrentados por la Guerra internacional) pudo publicar el excura una página insólita de Acción Gallega en El Parlamentario (hasta que -con Barriobero, precisamente- convirtieronel diario monárquico y conservador deAntón en republicano y radical.
Los jóvenes orensanos comenzaron a sentirse en Madrid como en su casa por estas circunstancias y por semejantes desterrados. Lo dice, sobre todo en el plano literario, la sorprendente progresión madrileña del poeta Xavier Bóveda, presentado por Basilio en la etapa mugrienta, mürgeriana, cuando se las gastaba de discípulo de Emilio Carrere. Cómo Bóveda en el ámbito literario, esa propaganda radical gallega de Madrid entraba en Galicia de mil modos (incluso a través del espectáculo, tal y como hizo el propio Bóveda con su célebre Compañía de Poesía y Varietés).
Candidito Fernández Mazas, que ha de ser uno de los primeros ilustradores del poeta itinerante, vivió como si nada todo esto, a través de los ojos y de las conversas de sus padres y circundantes, hasta que comenzó a protagonizarlo por sí mismo, sencillamente por ser de Orense. Y porque tenía la misma edad que la leyenda ubérrima de don Basilio y porque se fue curtiendo, en gran medida, en la lectura de las fuentes gráficas y escritas que alimentaban su leyenda.
Castelao decapita al obispo de Orense, en solidaridad con Basilio Álvarez, desterrado y echado de cura
La revolución en provincias
La mayoría de los personajes fueron aniqulados en la barbarie gallega del verano del 36. Pero el caso de Barriobero resulta estremecedor. Pasó en Barcelona el grueso de la guerra. Formó parte de los siniestros “tribunales revolucionarios”, para acabar denunciándolos. Al entrar los vencedores (1939) lo condenaron a muerte y lo ejecutaron por haber colaborado con aquello que se había atrevido a denunciar.
La Zarpa, la agresiva cabecera basilista, es consecuencia de esa compleja instalación del cura privado de misa, rebelde y agitador.
Nació en el Madrid de 1920, como tantos otros periódicos y movimientos capitales de la vida española, que hicieron en la Villa y Corte los desterrados, mirando a sus provincias. Continuación de España Libre de Barriobero y El Parlamentario republicano, la revista gráfica estaba abierta de par en par a la conjunción republicano-socialista y a sectores de opinión del estilo de los integrantes de Vida Nueva (Gabriel Alomar, Rodrigo Soriano, Alvaro de Albornoz, Marcelino Domingo, Javier Montero Mejuto…). Anticipaba pues -en diez años- el espíritu de Nueva España, donde Fer-Mazas y otros paisanos suyos escribieron y dibujaron páginas dignas de saborear.
Una denominación —Nueva España— afortunada, porque buscaba la incorporación de los movimientos periféricos, empezando por el importantísimo movimiento agrario-galleguista de Galicia, al nuevo concepto de España. Tampoco escondía esta palabra -tal como se ve- tras eufemismos como el que utilizan los que hablan de Estado Español (o de Estado, a secas, como si padecieran de freudianos lapsus), dado que el concepto de Estado aún era más cuestionado de aquélla –y con toda lógica- que el de España. Una palabra cargada de resonancias históricas, pero que no se identifica con ninguna de las comunidades peninsulares. Una clarividencia que estaba también en la Organización Republicana Gallega Autónoma (ORGA), el partido de Santiago Casares Quiroga, a donde fueron a parar las izquierdas gallegas que no querían ceder ese concepto de Nueva España a la derecha, ni atrincherarse -al modo nacionalista- en la falsedad catalanista de identificar España con Castilla o de meterlo en el callejón sin salida de la AntiEspaña.
Cuando estuvo maduro el movimiento, de pronto, casi por sorprensa, la cabecedra explosiva de La Zarpa se situó en Orense; pero no como revista semanal, sino como diario, agrario y basilista.
Veteranos del basilismo, que hicieran las campañas de Acción Gallega, como Antonio Buján y su primo, Arturo Noguerol Buján, abogados que pagaron caro ese desplante, o el profesor Jacinto Santiago, republicanos los tres, tuvieron parte capital en el secreto proceso de preparación. Por ellos, Basilio pudo regresar a la misma comarca que le había desterrado, en olor de multitudes. A pesar del obispo y de los Bugallal. Pudo también concitar en La Zarpa al sector más radical del movimiento agrario-galleguista, orensano y pontevedrés. En pleno Trienio Bolchevique, que no fue cualquier cosa en la Galicia Sur.
Durante ese trienio, cuando en las provincias de Orense y Pontevedra no pagaba foros ni Dios y los caciques saltaban por los aires, acometidos por las urnas o la acción directa, los bufetes de Buján, Noguerol y Barriobero cobraron extraordinaria importancia.
La resistencia al pago cobró tal gravedad que el Gobierno desplazó a Galicia una Comisión del Instituto de Reformas Sociales para estudiar aquella peligrosa cuestión de Estado, mientras el frente popular agrario-republicano-socialista saltaba a primeras planas de la prensa española al encestar -a puro voto- como diputados provinciales, enla Diputación Provincial pontevedresa, una terna de candidatos cargados de inequívoca significación izquierdista…
Ni antes ni después. En ese momento histórico, explosivo, revolucionario, apareció Dichi.
Los zarpazos de “La Zarpa”
Si hoy Basilio nos parece irreal, qué decir de los basilistas de La Zarpa y de los vanguardistas que hacían tertulia en torno a este menudo y nervioso Candidito.
Antonio Buján, primer director de aquella orquesta, merece por sí solo una película.
Celso Emilio Ferreiro (que ya no tenía mucha audiencia para contar estas “antigüedades” maravillosas) gozaba relatándome en el Ateneo madrileño anécdotas que de Buján se contaban en los corrillos de su juventud. En 1917, por ejemplo, contra viento y marca, el abogado proclamó la República en Ribadavia, la villa donde tuvo casa y bufete, pronto arruinados. Desplazado a Orense, alternaba la dirección del periódico con los amoríos más resonantes. Porque el caso, tan curioso, del poeta Xavier Bóveda distó mucho de ser excepcional, y porque en la pipa de Kiff no sólo fumaba Valle-Inclán…
El orensano Isaac Fraga estaba alzando una fortuna legendaria a base de meter en el occidente español la serie interminable de cupletistas de primer nivel que animaban la monotonía del cine mudo, asociado por la Compañía Fraga al espectáculo de varietés.
Fue así como jóvenes de la edad y condiciones de Candidito se entregaron -en el Orense levítico, día y noche- a increíbles experiencias. En su caso, además de los carteles anunciadores del Salón Apolo, contó en expansivos desmadres oratorios las condiciones de aquellas celebridades del canto, la farándula y la belleza, y gozó de los primeros calentones con las coristas. En medio del entusiasmo iconoclasta deAntonio Buján, y para escándalo que los espías del obispo, difundían a través de curitas y beatas, llegando a púlpitos y confesonarios…
En estas pequeñas bacanales, insólitas poco antes, era difícil ver a Jacinto Santiago. Representaba él la línea moralista, de seriedad doctrinaria, de orden (si vale decir), lo que no le libró de las cunetas cuando llegó el arrepiante verano de 1936. Cunetas a donde fueron a parar los restos de tantos y tantos artífices de La Zarpa.
Fue así cómo el hombre de Barriobero en Orense hizo de alma mater del periódico hasta que se incorporó al mismo otro periodista y moralista incomensurable, digno del conjunto, y con idéntico final: el basilista galaico-cubano Roberto Blanco Torres. El mismo que, en las postreras horas de la república metió a Dichi en el Ministerio de Gobernación, merced al poder de Casares Quiroga, jefe de Gobierno, y del pontevedrés Tafall, su hombre de máxima confianza en ese Ministerio…
En las mejores fases de La Zarpa, además de apoyo agrario, aquellos promotores, lograban fácilmente el concurso de Manuel Suárez. Un cantero del sector pablista del PSOE que siguió el triste sino del conjunto.
Añadía éste el pequeño contingente socialista y obrerista, mientras Arturo Noguerol (gerente que era de Nós, la excelente revista coetánea del galleguismo que dirigía Vicente Risco), atrajo al contingente intelectual más ortodoxo de las Irmandades da Fala, con la excepción del beatísimo Otero Pedrayo.
Súmese a ellos lo mucho que el propio Basilio era capaz de sumar, tanto en Galicia como en Madrid (Lustres Rivas, Castelao, Cabanillas, Ramón Fernández Mato, Roberto Blanco Torres, Ricardo Marín, etc., etc.) y van teniendo idea de lo que fueron los primeros meses del periódico.
Un diario excepcional, de magnífica y variada lectura, distinto a cualquier otro, y una revolución informativa auténtica.
Con excelente prosa, caricaturas, grabados al linóleo, dibujos, viñetas e ilustraciones, La Zarpa vivió años inolvidables, logrando mantener la altura en la dictadura de Primo de Rivera (justo la fase —no se olvide— de máxima colaboración de Dichi, cargada de segunda intención).
Fue tal su novedad que, desde el primer momento, a pesar de sus limitaciones técnicas, comenzó a distribuir 3.000 ejemplares, por suscripción y venta directa, en las sociedades agrarias y obreras, en los puntos de venta de la ciudad de Orense, en las estaciones principales del ferrocarril gallego, en las principales ciudades del interminable viaje a Madrid…
De la nueva generación
Eugenio Montes por Dichi
La revolución que supuso aquel diario en el periodismo gallego tardó pocos meses en generalizarse. De pronto, todo lo que era incipiente y de alguna manera reservado, se hizo público.
Candidito, por ejemplo, que fuera en la niñez tan ardiente aliadófilo como los redactores basilistas de El Parlamentario, se fue encontrando —día y noche— sin salir de Orense con las más peregrinas novedades que imaginarse puedan.
Hasta 1921, salvada la excepción del cartelismo y los discursos iconoclastas, sólo las compartía con sus amigos más íntimos. Con Eugenio Montes, por ejemplo, que traía nuevas de Barcelona. Con Manolo Méndez, que vívía a la sazón en Pontevedra, pero pasaba temporadas en su ciudad natal y en Madrid. Con Francisco Luis Bernárdez o Farruco Lamas, recién llegados de Buenos Aires. Con Luis Huici, que ya formaba parte de La Peña, en Coruña, y que buscaba introducir -junto a su nueva moda coruñesa- la revista Vida y la revolución barradista… Para desazón de Vicente Risco y del círculo neo-nacionalista que catequizaba, no hubo modo de atajar la “herejía”.
El barradismo coruñés, por ejemplo, penetró en Orense a través de la bibliofilia de Julio J. Casal y de la revista Vida, mucho antes de que todo cuajara en Alfar, la maravilla coruñesa donde volvió a hacer diabluras el uruguayo Rafael Pérez Barradas. Un artista de primer nivel que se encontró en Galicia con la adoración del cónsul de su país de origen, el citado Casal, aglutinando un conjunto dc personalidades imposibles de fijar dentro de cualquier frontera, porque eran fruto del inconmovible internacionalismo que producía el denso tráfico migrante y una vida local convulsionada por los novísimos movimientos sociales.
Desde 1921, toda la compleja geografía de relaciones que Basilio representaba, hizo objeto de tratamiento público y diario estas cuestiones y discusiones, hasta aquí privadas. Y hasta aquellos mozos que con el mayor entusiasmo protagonizaban los enfrentamientos fueron, por sus pasos, pasando de las tertulias a ser objeto de noticia y comentario en las redacciones.
No tardaron en firmar con su nombre propio o con seudónimos tan variados como los que emplearía Dichi, los primeros artículos que nos dan cuenta de sus inquietudes alborales.Así lo expresaba el tal Fernández Mazas:
En el otoño de 1921, un joven viajero llegado de Madrid departía con nosotros en torno al disco blanco de un velador de café: era el pintor orensano Manolo Méndez.
Hablamos de Madrid, del pintoresco Madrid de las castañeras y las verbenas y del hórrido Madrid de Prensa Gráfica. Y en nuestras románticas testas galaicas surgió la idea acariciada largamente: Nuestra Galicia, la Galicia de las corredoiras y de los pinos marineros, no tendría nunca vulgares interpretadores, nuestra Galicia necesitaba un arte nuevo; una nueva sensibilidad acusaba nuestra galaica visión.
Y desde entonces, en un diáfano renacimiento vigilante, surgieron los nombres de Eugenio Montes, Francisco Luis Bernárdez, Luis Huici,Manuel Méndez, etc.
Dos años más tarde, al escribir esta evocación, citaba a Avenarius, al “maravilloso Schiller”, al Ortega de El Sol, al Picasso más ágil y a Paradox, una de las voces “ventrílocuas” de Baroja, para afirmar lo que quería decir, dijeran cuanto quisieran los antecitados. No era un filósofo, grande o pequeño. Era, sencillamente, un diletante más, pero de la época gloriosa del diletantismo. Y anunciaba, como si estuviera escrito, el primero de sus libros (jamás publicado, ni apenas proyectado), de título dichiano: Pragmática y estética del litoral galaico. ¡Casi nada! Una crítica, en realidad, lanzada entre chinitas de café contra la pintura de horror vacuo y la caricatura modernista que hombres como Castelao o Corredoira, venían practicando. Y es verdad que las síntesis, por ejemplo, que el artista de Rianxo defendía en sus propios manifiestos estéticos coetáneos, resultaban barrocas ante las líneas desnudas que Dichi comenzaba a difundir, y en los textos críticos y en los extraños relatos literarios que publicó. No sólo en La Zarpa.
La democracia estética
A imagen y semejanza de La Zarpa, la revolución informativa no tardó en generalizarse.
Hubo, sobre todo, dos experiencias capitales.
Como consecuencia del impresionante ir y venir de las migraciones, las remesas y la boyante economía agrícola y ganadera de los años veinte, los cónsules latinoamericanos protagonizaron en gran medida la primera.
Además de Vida, el círculo de amistades universales de Barradas y el coruñés de La Peña, animó las sucesivas experiencias revisteriles del Consulado, radicado en A Coruña, poniendo en circulación los precedentes que desembocarían en Alfar. Como el celo revistero y periodístico de los cónsules produjo enfrentamientos entre ellos, la ciudad de Vigo resultó beneficiada de la disidencia del cónsul de Chile, Ernesto Cáliz.
Dada la centralidad incomparable que el puerto de Vigo había logrado en la circulación transatlántica, tuvo éste la ocurrencia de difundir en los círculos agrícolas del movimiento agrario la receta del nitrato de Chile, con un diario, hecho a imagen y semejanza de La Zarpa.
Galicia, que era su nombre, tuvo corta y brillante vida, iniciada con el beneplácito de Basilio Álvarez y caricatura de éste sintetizada al gusto de Fer-Mazas por el citado Manolo Méndez. Algunos basilistas de toda la vida, como el extraordinario Lustres Rivas, sintetizado por el mismísimo Dichi, o el también citado Blanco Torres, bajo las dos direcciones sucesivas de Felipe Labandera Cabal y Valentín Paz Andrade, operaron el segundo prodigio periodístico.
Cuando Galicia entró en crisis irreversible, ya había cuajado el que sería, sin discusión posible, el mejordiario gallego del primer tercio del siglo XX.
Desde las primeras horas de la dictadura de Primo de Rivera (1923), timoneado por Ramón Fernández Mato (otro basilista, colaborador de La Zarpa), El Pueblo Gallego fue un lujo auténtico que Portela Valladares puso en la ciudad de Vigo al servicio de sus intereses políticos y de la alta cultura más exigente, empezando por aquellos jóvenes de la edad de Candidito.
Con La Zarpa, Galicia y El Pueblo Gallego Dichi fue consolidándose como un espectáculo más de aquellos tiempos de grandes espectáculos.
Con idéntico desmadre, llegó al conocimiento del público más diverso un conjunto muy nutrido de mozos que tenían la edad de los grandes prodigios que se habían ido produciendo en los años anteriores. Del cinematógrafo al automovilismo, pasando por la luz eléctrica, del nuevo espectáculo estable a la tertulia de redacción y el café cantante, nacidos por lo general en el seno de familias de evidente acomodo, no se explican tanto por los estudios formales que cursaron como por la prensa que leían y por los diarios y revistas donde colaboraron.Apesar de sus ideas, viajes y estancias, jamás se descolgaron del todo de la vida de provincias. Lucían vestimenta acorde con esa posición social y gestos de rompiente, acordes también con el estilo predominante de los diarios antedichos.
Dichi fue un ejemplo memorable, para bien de la creatividad y para su desgracia. No se trata de decir aquí que fuera mejor o peor que todos los notorios, notables y excepcionales dela competencia. Se debe decir en su honor que siempre y cada vez era distinto. Lo mismo cuando escribía sus extrañísimos relatos que cuando diseñaba -con trazos exclusivos- sus caricaturas personales, sus carcajadas caricaturescas, ilustraciones bibliográficas, linóleos…
Un desmadre para exquisitos. Sin la más mínima concesión populista o galleguista. Fuera de cualquier retórica…
Formados, en realidad, en la tensa disputa de fondo queAcción Gallega había planteado, no sólo fueron colaboradores con nombre propio del nuevo periodismo (la única soldada que recibieron). En muchos casos, fueron también objeto de noticia e incensario.
Nosotros, como es lógico, los fuimos descubriendo al hilo de la investigación sobre los movimientos sociales coetáneos, primero de forma fragmentaria. Hasta que dimos con el elemento unitivo de La Zarpa.
Apartir de 1976, debido a la extraordinaria amabilidad de la propietaria de la única colección que logró sobrevivir a la barbarie de 1936 (cuando -no pudiendo hacer lo propio con el retratado- el retrato de Basilio Álvarez fue “paseado” por Orense en siniestro recorrido, hasta que se deshizo su imagen para siempre), comencé a leer esa colección: la de Mercedes Anta Álvarez.
La sobrina de don Basilio guardaba con celo aquel tesoro en la que había sido la casa orensana del clérigo. Yo mismo, como hiciera José Ángel Valente muchos años antes, comencé a descubrir la vida y las andanzas de los personajes en aquella morada. Ante semejante riqueza, mis viajes fueron insuficientes y, de acuerdo con Mercedes, su Zarpa comenzó a viajar discretamente hasta mis pagos estivales de la Galicia litoral, para que yo fuera tomando notas entusiastas de este estilo en mi diario de investagador:
Cuando Castelao y sus imitadores aparecen por doquier, en La Zarpa me doy de bruces con un caricaturista que siempre llamó mi atención, pero cuya coherencia desconocía por completo. Este Dichi es desconcertante y por veces admirable. A nadie se parece, ni por la forma, ni por el tratamiento. Incluso cuando recoge una tradición de Castelao o Bagaría o de Barradas, la recrea por completo, empapándola en su originalidad extraordinaria. Tengo que seguir la pista de Cándido Fernández Mazas.
Con ese bagaje y como invitado principal del Ateneo de su ciudad, tuve el honor de protagonizar en Orense el homenaje orensano a Basilio Álvarez en el centenario de su nacimiento (1977). Y fue en aquel entonces cuando comenzó a abordarme con la más sana de las intenciones, para que hiciera cuanto estuviera en mi mano por descubrir la íntima grandeza de su hermano Cándidito, Armando Fernández Mazas. Durante años poco pude hacer por complacerle, dada la extraordinaria dispersión de la obra y la magnitud de la empresa. He aquí, situada en su marco, la primera de las razones por las que siempre me sentí forzado a complacer a José Manuel Bouzas cuando me manifestó su deseo de que ocupara plaza en la justísima obra histórica que ha acometido al preparar la gran exposición itinerante de 2002, en cuyo magnífico catálogo iba la primera versión de este ensayo. Desde entonces al día de hoy, cuando Dichi cuenta con espacio propio en la ineludible globosfera, Pepe Bouzas no ha parado. Y desde hoy La Cueva de Zaratustra se suma a la fiesta.
En ese plano de recuperación, he preferido hilar y mantener el argumento originario, mostrando cómo, casi de milagro, hace un cuarto de siglo, me encontré con lo que se podría llamar la democracia estética. Esto es: un conjunto de jóvenes veinteañeros, entregados en cuerpo y alma a la diletancia de “cuestionarlo todo, para reahacerlo de nuevo bajo nuevas formas, ligadas a los gestos más rotundos de las revoluciones radicales”.
Iconoclastas e inconformistas hasta el delirio, aquellos jóvenes no tuvieron tiempo de agradecer a sus mayores lo mucho que habían recibido de ellos. Por si hiciera falta, he de recordar a los lectores lo que ya saben: que hasta sufrieron y perecieron juntos.
Cuando Cándido, el gran Dichi, se dio cuenta de ello, era demasiado tarde. La noche asolaba la circunstancia del rarísimo superviviente. No había periódicos, ni revistas, como las de antaño. Ni libros como los que él había ilustrado.
Por no haber ni siquiera había papel, ni materiales sobre los que volcar la creatividad.
Así las cosas, como desde la juventud era muy dado a ello, hizo suyos –mucho antes de ser escritos- los versos de Carlos Oroza. Se volvió loco para olvidar que estaba recluido en el manicomio de la posguerra civil española.
Imposibilitado para hacer otra obra que la propia vida, le puso fin.
¡Fue lo que quiso ser! ¡Efímero y disperso, es cierto; pero irrepetible!