«La Chata» y Valle-Inclán en Buenos Aires

Visita de «La Chata» a Buenos Aires, 1910

Hace ahora cien años, comenzó a fraguar una relación atlántica llamada a tener importantes consecuencias en las historias nacionales de Argentina, España y Portugal, tres neutrales de la Segunda Guerra Mundial y dos de la Primera. Según lo que he llegado a saber de ella, la iniciativa fue americana y cambió radicalmente la posición de España en Latinoamérica.

La República Argentina, presidida a la sazón por José Figueroa Alcorta, decidió celebrar el 25 de mayo de 1910 el Centenario de su Independencia de España, contando con la presencia de ésta.

Ramón del Valle-Inclán por José María Cao

Como suele acontecer con las efemérides patrióticas oficiales, los intereses políticos primaron sobre los históricos. La celebración se anticipó, para que cayera dentro del período de mandato de aquella presidencia, si bien el proceso independentista argentino, iniciado cuando las guerras napoleónicas tenían por marco el escenario ibérico, no se consuma hasta mucho después de 1810…

A comienzos del siglo XX, a pesar del Desastre provocado por la pérdida de Cuba y Filipinas (1898), la España oficial (monárquica y borbona) distaba mucho de ser la “madre patria” de los rituales retóricos de más tarde. Continuaba siendo en América la mala de la película.

Sin  embargo, desde que se produjo la quiebra irreversible del antiguo Imperio colonial, la vieja Metrópoli generó una corriente emigratoria muy potente, continuada e integrada, hacia las antiguas colonias del continente americano. Al ir contando con voz, voto y organizaciones comunitarias tan nutridas como los Centros Gallegos de La Habana o Buenos Aires, esa presencia acabó por tener consecuencias electorales, políticas, sociales y económicas para las Repúblicas de asiento.

Consecuencias de la Semana Trágica

(”¡Maura no!”)

Las relaciones oficiales marchaban a remolque de estas últimas evidencias. Nadie parecía saber en España cómo sacar partido a esa situación, si bien en el mandato largo de Antonio Maura (1907-1909), los contactos de la Monarquía española con América y, de manera particular, con la República argentina mejoraron de forma sustancial.

De todos modos, los graves acontecimientos catalanes de la Semana Trágica (1909) y la respuesta irada de la izquierda internacional ante la dura represión llevada a cabo por aquel Gobierno liberal-conservador, complicó las cosas. La presencia de una potente representación de la antigua Metrópoli en la efeméride del Centenario de la vieja Colonia tornó en problemática.

En España, las decisiones sobre la composición definitiva de la comitiva oficial se retrasaron hasta que el rey, Alfonso XIII, entregó el poder a Segismundo Moret, en el arranque de la dura campaña (española e internacional) del “¡Maura, no!”.

Entre tanto, a pesar de la contestación interior, el interés argentino por la celebración se mantuvo. La figura de Eduardo Wilde, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Argentina en Madrid, personificó esa línea de continuidad.

En un plano más popular, el interés argentino se hizo notar en otros aspectos, aparentemente ajenos a las relaciones diplomáticas; pero fundamentales. También para ellas.

Política y Espectáculo

(Los primeros tanteos)

Lo hemos explicado en nuestro libro Cesáreo González, el empresario espectáculo. Viaje al Taller de fútbol, cine y varietés del general Franco.

Una cosa son las relaciones (diplomáticas) oficiales, y otra, harto distinta, la subterránea relación establecida entre la gente llana de los pueblos. Sobre todo en países, como Argentina, que fueron integrando, a lo largo de muchas dácadas, oleadas sucesivas de inmigrantes, creando intereses de atención ineludible para los gobiernos.

Entre una y otra relación, juegan papel importante diferentes  mediadores y mediaciones. Una de éstas llegará a ser capital en el fortalecimiento de las relaciones de España con las distintas Américas: me refiero al espectáculo. Y en el caso de las relaciones con Argentina, me tengo que referir a los más diversos espectáculos: teatro, cante, baile, variedades, cine y, al final, fútbol. Éste, sobre todo lo demás.  

El primer viaje del Nobel Jacinto Benavente (1906) a Buenos Aires marcó el comienzo de esta clase de presencias teatrales y musicales, sintomáticas. La compañía catalana de Enrique Borrás (1907) o la primera visita madrileña de los Guerrero-Mendoza (1908) precedieron al tajo de la Semana Trágica. A pesar de ella, el camino estaba abierto. Sin embargo, la tensión posterior lo puso en peligro en el punto más sensible: ¿cuál sería la acogida popular de la gente llana a la comitiva española, en el Centenario?

En medios proletarios, la reacción ante la visita fue violenta. El sindicalismo argentino (al tener orientación anarquista e internacionalista) se opuso de manera franca a la presencia de cualquier representación de la Monarquía borbona en la República Argentina, concentrando la oposición en Buenos Aires. El 8 de mayo hubo nutrida manifestación a favor de la huelga general. El 18, cuatro días antes de la llegada de la comitiva española, se decretó en Buenos Aires el estado de sitio.

La elección de La Chata

La Chata

A pesar de la oposición sindical, Eduardo Wilde y el ministro de Estado de Moret, Juan Pérez Caballero, mantuvieron los preparativos, descartando desde el primer momento, por distintos motivos, la presencia del rey y del príncipe de Asturias.

Cuando José Canalejas se hizo cargo del Gobierno español (enero, 1910), la decisión ya estaba tomada. El nuevo ministro del ramo, Manuel García Prieto, mantuvo la continuidad del equipo de gestión, mientras el conde de Romanones convencía definitivamente a la infanta Isabel (La Chata), hermana mayor del rey. Tenía que ser ella quien se sometiese al suplicio de un viaje de los llamados de Estado, más que  aventurado.

En este contexto, contando con evidente apoyo de ambos gobiernos, los espectáculos españoles lucieron en Buenos Aires, alcanzando presencia incomparable a los anteriores.

Sin salir de nuestro archivo, tenemos registrada la presencia en el Teatro Colón de Felipe Pedrell, Tomás Bretón y José Serrano, que ofrecieron una completa temporada de lírica española. Emilio Carreras llegó también con su compañía de zarzuelas al Avenida. María Guerrero retornó ese mismo año con su compañía al teatro Odeón y Juan Domenech hizo lo mismo en el Variedades… En el orden individual, a Benavente sucedieron Blasco Ibáñez (1909) y Santiago Rusiñol (1910). Pero acaso la mayor sorpresa la constituyó la presencia en América de una compañía menos renombrada, la de Francisco García Ortega, encargada de reabrir el Teatro de la Comedia. Y fue acaso esta troupe la que despertó mayor curiosidad, al menos en el ambiente revisteril. Veamos por qué.

El retorno americano de Valle-Inclán

(“Caras y Caretas”)

Tras casarse con la acriz Josefina Blanco el 24 de agosto de 1907 en la madrileña iglesia de San Sebastián, Valle-Inclán va a vivir un nuevo período, en el que incrementa su trabajo, abandona en gran medida la vida cafeteril y elabora proyectos. Pasados unos años, Josefina decide reincorporarse  a la vida tatral en la compañía de Francisco (García) Ortega. Terminada la temporada en provincias, parte hacia América, y con ellos don Ramón. Es el segundo viaje de Valle al nuevo continente; el anterior, a México (1892-1893), quedaba algo lejos. Llega a Buenos Aires el 22 de abril de 1910… (Joaquín del Valle-Inclán, “Andanzas de un español aventurero de viaje por la Indias”. En Varia, Espasa-Calpe, 1996)

El viaje de la pareja tiene su propio interés y una preparación que siempre nos pareció madri-gallega y arosana. Sólo así se explica que, nada más pisar tierra firme, una revista de distribución internacional tan importante como la argentina Caras y Caretas, se vuelque con ella.

En su número del último día de abril da la imagen fotográfica de Valle-Inclán con Josefina Blanco, junto a una nota cálida, pergeñada por mano amiga: la de Juan Carlos Alonso, El Galleguito Criollo, me atrevo a aventurar.

Con toque casi valleinclanesco, el apunte anónimo afirmaba que sus libros “jamás entran en la categoría de charque”. Aclaraba de inmediato la expresión de modo irónico (pero muy del gusto del recién desembarcado), como si éste se hubiera convertido –de la noche a la mañana- en un escritor de multitudes:

Charque es un criollismo, señor del Valle-Inclán, que aplicamos a toda producción impresa sin salida. Conste.

En línea de continuidad, una semana más tarde, otro gallego, José María Cao, uno de los grandes renovadores (españoles) de la caricatura argentina, director artístico de Caras y Caretas, sintetizaba –con sumo afecto- en su dura sección de “Caricaturas contemporáneas”, la nueva traza (mucho más esmerada en el vestir) de Ramón del Valle, fundiéndola con la vieja leyenda, gestada en gran medida por el mismo como personaje:

Elegante escritor de mucho vuelo,
que tiene cada año
una idea feliz por cada pelo
de su poblada barba de ermitaño.

Prosas del español aventurero

Permítanme esta breve digresión.

Hace muchos años, al descubrirlas como investigador en las hemerotecas de Madrid, comenté con nuestro inolvidable amigo, Luis Seoane, el sabor argentino de las primeras prosas de Valle-Inclán, relativas a este viaje. Él, como galáico-argentino y como devoto de don Ramón, al desconocer su existencia, se mostró tan interesado en poseerlas que le regalé mis fotocopias de esos textos, publicados en 1910 por el diario madrileño El Mundo  (ahora, felizmente, de acceso común, al haber sido recogidas en la excelente edición antecitada). También le informaba de que la Galicia de Madrid, tan poco frecuentada por los llamados historiadores que escriben al dictado de los absurdos dominantes, estaba viviendo -en 1910- uno de los momentos más brillantes de su dilatada historia (historia –ni qué decir- que la incultura reinante desconoce).

El Liberal y El Mundo, en efecto,  habían convertido a nuestro viejo país atlántico en nudo informativo con tratamiento editorial del nuevo periodismo español, merced a la existencia de uno de los movimientos sociales más originales e importantes de su dilatada historia: el agrarismo gallego (movimiento que yo mismo estaba dando a conocer –en la más rigurosa soledad- por aquel entonces)

Además de las crónicas, memorables, de Julio Camba, este último diario ofreció aquel año series de artículos sobre el caciquismo y la cuestión agraria de Galicia, firmados por Rafael Carvajal o Santiago Cánovas Cervantes, series que ya nos gustaría ver hoy publicadas –a propósito de lo que nos pasa- en los nefastos medios de (in)comunicación españoles de nuestros días. Crónicas que, por su calidad, literaria e informativa, son ineludibles para el historiador que cuente historias, y no las habituales historietas gallegueras,  localeras y profesorales de nunca acabar.

Cuentos de abril

Pues bien: las andanzas y los textos literarios de Valle-Inclán, archiminoritarios, eran jaleados por los mismos glosadores del movimiento agrario anticaciquista, radicados en Madrid. No sólo en los dos periódicos antecitados. Y casi siempre de forma entusiasta.

Sin salir de El Mundo, en vísperas del viaje que aquí nos ocupa, se hablaba de su reconversión como escritor en “dramaturgo para niños”. Se referían a La cabeza del dragón o Cuento de abril. Y este último texto, pluralizado como Cuentos de abril, fue objeto del tercer tratamiento gráfico y literario sucesivo de Caras y Caretas, publicándolo en el momento en que don Ramón comienza a escribir las Andanzas de un español aventurero. Hojas de mi cartera. De viaje por las Indias, que publicaría el mismo diario, para gozo de Luis Seoane y como fuente informativa de esta crónica de LA CUEVA DE ZARATUSTRA. Porque el motivo central de sus dos primeras entregas está, precisamente, en el viaje de Estado de La Chata.

He visto llegar a la señora Infanta de España y a su cortejo. Después he oído a los periodistas madrileños que vienen agregados hacer mil encomios del recibimiento y cien mil del platal gastado en cablegramas. Como los señores periodistas son tan diligentes, apenas desembarcados habían acudido a llenar cuartillas, y así fue que no tuvieron tiempo para enterarse y saber que la Señora Infanta había sido recibida con una declaración de huelga general y la ciudad en estado de sitio. Sin esta medida de represión acaso en el recibimiento las cañas se hubieran tornado lanzas.

No hay aquí un solo hombre culto que no comente la torpeza de los gobernantes españoles enviando una dama de estirpe regia a la ciudad donde hay más anarquistas, y donde el jefe de policía acaba de ser asesinado por un estudiante ruso. Y todo el mundo reniega de esos políticos españoles tan ignorantes y tan torpes que llevan a una tierra extranjera el estado de inquietud y de pánico que por su falta de destino y de energuía han hecho crónico en España.

Éxito incuestionable

-Me han devuelto la mantelería que usó la Infanta Isabel. ¿Y qué hago yo con esto?
FIGUEROA ALCORTA: Podríamos repartirlo entre los pobres diputados que no han recibido condecoración

Si esta crónica se lee con atención y se interpreta en profundidad, el lector reconocerá la sorpresa y el desconcierto del cronista ante lo que sus ojos vieron y no podía creer.

Hay que decir, en primer lugar, que los periodistas españoles que formaron parte de la comitiva fueron escasos, porque el viaje interesó poco en España. Además de pocos, eran todos monárquicos incondicionales. Basta con consultar el voluminoso libro del marqués de Valdeiglesias para comproblarlo (Las fiestas del Centenario de la Argentina. Viaje de S.A.R. la Infanta Dª Isabel a Buenos Aires. Mayo, 1910); pero hubo otra fuente, escrita por mano muy distinta (la del arosano Francisco Camba, desterrado por los sucesos de 1909, redactor a la sazón del Diario Español de Buenos Aires: Los españoles en el Centenario Argentino).

Francisco Camba, que no era de la cuerda del marqués del Valdeiglesias, ofrece detalles similares. Confirma, pues, la misma sorpresa ante el desarrollo del acontecimiento. Porque el impacto emocional que produjo, desde el desembarco, la presencia de La Chata, rompió todos los registros y expectativas. Fue lo nunca visto. Y El Eco de Galicia, periódico creado en su día por José María Cao, dirigido desde esos orígenes por el también republicano Manuel Castro López, tuvo que pegar un viraje inefable a todos los tratamientos que precedieron a esa llegada espectacular, para contentar a la comunidad a la que iba directamente dirigido.

Que los temores a los que alude Valle-Inclán existían, es evidente. El propio presidente de la República se retrasó más de la cuenta, como si el mismo temiera lo peor. Otro tanto sucedió con muchas damas de la alta sociedad local republicana, incorporadas de prisa y corriendo al cortejo de la real dama, cuando observaron el formidable éxito social y popular de la visita.

Ese éxito, incontestable, y la emoción de los españoles de toda procedencia pasó de la entrada de La Chata a todas sus presencias posteriores, cuando, como de costumbre, al éxito popular subsiguió el cortejo oficial mundano, ya sin cortapisa alguna. Hasta los cultos, ciudadanos de seso, como Valle-Inclán, tuvieron que reconocerlo, achacándolo –en su caso- a la regia actitud de la infanta (una borbona por la que el carlismo estético de don Ramón, mantenido en público en la misma visita a Buenos Aires, tenía menguada simpatía) y al ambiente fenicio, comercial, de la ciudad y de una República Argentina de la que contó cosas gruesas a su regreso a España.

En la catedral

(Del “ánimo real” de la Infanta)

Valle-Inclán, genio y figura, se mantuvo en sus trece, sacando del desconcierto una segunda información muy divertida, digna de recordar:

…Y fue como toda persona de seso podía presumir. La Señora infanta salvó la vida por milagro ayer en la catedral. Hay quien dice que por patriotismo debe callarse este sucedido. Yo entiendo el patriotismo muy de otro modo, y creo un deber decir a todos hasta dónde llega la ligereza de quien envió a estas tierras un conflicto vivo con la Señora Infanta Isabel. Pero los buenos horteras españoles, que cierran la tienda en estos días, están encantados y cuentan a las mucamas, cuando las llevan del brazo a ver las iluminaciones, todas las glorias de la popular Señora. ¡Es muy llana, che! ¡Da la mano, che! ¡Más liberal que Riego, che! ¡En Madrid le dicen La Chata!…

Yo presumo que el Sr. Canalejas, alabancioso de cuanto hace, dirá, para loar su ocurrencia, cosas muy parecidas en el Consejo de ministros.

He aquí la noticia que todos repiten bajando la voz: ayer, en la catedral, la policiá detuvo a un anarquista que llevaba escondido un puñal en un número de La Nación. El criminal esperaba apostado cerca de una capilla, donde se había arrodillado la Infanta. Dicen que Doña Isabel advirtió la detención y que mostró verdadero ánimo real.

* * *

Casi medio siglo más tarde, cuando José María de Areílza se hizo cargo de la embajada del general Franco en la República Argentina (1947), buscó informadores y consejos para saber qué hacer en el complejo ambiente de la posguerra internacional y en la primera fase del peronismo gobernante. Le impresionó entonces, más que nada, una respuesta que tomó muy en serio. Venía a resumir la historia emocional de las relaciones hispano-argentinas, que (tal como he contado en el Cesáreo González)ya por entonces estaban alcanzando la mayor importancia:

La coletividad ha sido, en general, dejada a un lado por la política oficial de Madrid. Solamente se ha movilizado en serio en torno a episodios que agitaron su ánimo sentimental. La primera fue la visita de la infanta Isabel a Buenos Aires en ocasión  del Centenario de la Independencia. Las otras dos, se produjeron en torno a la llegada del Plus Ultra, conducido por Ramón Franco, Ruiz de Alda y Pablo Rada en el histórico vuelo trasatlántico (1927). Y la tercera, en ocasión de la arribada del crucero Galicia al puerto de la capital (1946). Tendría usted que imaginar algo parecido para levantar el ánimo de los millares de españoles residentes en la Argentina sedientos, siempre, de evocar recuerdos y costumbres soterradas.

Lo que se ingenió (la visita a España del San Lorenzo de Almagro, que revolucionó el fútbol europeo, precediendo a la espectacular visita de Evita Perón, y la ronda española de centenares de jovencitas de la Sección Femenina de Falange con pololo, causó sensación. Aquellas movilizaciones de la gente llana produjeron torrentes de lágrimas de emoción. No sólo entre la comunidad inmigrada, también en los desterrados de la España republicana…

Naturalmente, ninguna de esas efemérides se encontrarán en las historietas que nos relatan los políticos retrospectivos y sus adláteres profesorales que se las gastan de historiadores, ni los numerosísimos restauradores de una memoria histórica de buenos y malos alternativos, cuya locura está llegando al paroxismo en estos días de 2010.

¡Cuando aprenderán estos mandados que todas las fuentes, incluso las más prestigiosas, hay que leerlas con sosiego reflexivo, confrontando las contrarias entre sí, para que la historia comparezca con toda su fuerza, haciendo que la Historia resultante juegue a favor de la ciudadanía, y contra la vieja cantinela alienadora y partidaria de tirios y troyanos!

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