El mineral maldito

Hoy ha sido un día, en lo que cabe, afortunado. Por la mañana fui a la Cuesta de Moyano, caminando distraído por los puestos de libros hasta llegar a uno muy concurrido donde los expuestos en la mesa de fuera del puesto se vendían a un euro. Inspeccioné rápidamente el panorama por encima de los hombros de quienes ocupaban, apretujados, la primera fila y mis ojos se detuvieron en dos pilas de revistas con el sugestivo título, para quien ha estudiado filosofía, Agustinianum, de las que estaban encima. Forcejeé para hacerme un hueco en la barrera humana, nervioso por si alguien se me adelantaba a cogerlas, y por fin pude echar mano a los ejemplares.

Los inspeccioné uno tras otro y encontré cuatro que me interesaban: uno Sobre la conversión religiosa en los primeros siglos del Cristianismo, otro Sobre sueños, visiones y profecías en el Cristianismo antiguo, el tercero sobre Cristianismo y Judaísmo: Herencia y confrontaciones y el cuarto, sin un tema monográfico, compuesto por diferentes artículos, entre los que llamaron mi atención dos estudios sobre Eusebio de Cesarea, el padre de la historia eclesiástica y de los movimientos ideológicos. Pagué al librero los cuatro euros y conseguí que me diera a regañadientes una bolsa de plástico para llevarlos, pues eran bastante gruesos. Pero antes de dirigirme hacia el Metro, más contento que unas Pascuas, eché una última ojeada por si se me hubiese pasado alguna otra joya. Y, en efecto, no había visto un largo ensayo sobre Luciano de Samosata, uno de mis griegos preferidos, con el sugestivo título El navío de los Deseos. Lo pagué y con la bolsa repleta me volví para casa. Eran casi las dos cuando llegué. Así que dejé la bolsa con los libros y me fui a un Ginos cercano. Antes de entrar, me detuve en un kiosco de periódicos y compré La Stampa para entretenerme mientras comía.

Después de pedir una ensalada de lechuga y tomate, un escalope y una jarra de agua, que además me serviría para apoyar el periódico y leerlo más cómodamente, iba a empezar a pasar las páginas en busca de algo que me interesara cuando llamó mi atención este titular en portada: “Sirve para construir los teléfonos móviles y está alimentando una guerra civil sangrienta: encuesta sobre el Coltán, el mineral `maldito´ que se extrae en el Congo”. Y enseguida quise saber qué era ese Coltán, al que no había oído mentar hasta entonces, y de qué guerra se trataba -de las muchas que existen y que no salen en los periódicos porque no intervienen directamente las llamadas grandes potencias. El artículo lo firmaba un tal Chris McGreal y ya en las primeras líneas informaba que el Coltán era un mineral imprescindible para el funcionamiento de los teléfonos móviles y que las reservas más importantes del mundo se encontraban en la República Democrática del Congo, una circunstancia que debería haber sido un maná caído del cielo para unas poblaciones empobrecidas. En cambio, se habían convertido en una de las causas de una guerra sangrienta con el fin de apoderase del control de un pozo de fango negro en las cercanías de Manono, la ciudad natal del que fuera presidente del Congo, Laurent Kabila, por  ese pozo era uno de los más importantes yacimientos de Coltán de la región y su posesión un medio de obtener financiación para la guerra.

El nombre Coltán es una contracción de “colombita-tantalita”, un excelente conductor, muy resistente al calor y al frío, por lo que se utiliza ampliamente en el revestimiento de los componentes electrónicos de los teléfonos celulares, los video juegos y los aviones militares, entre otras aplicaciones. El 80% de las reservas mundiales se encuentran en África, de las cuales el 80% en el Congo. Su precio en el mercado no ha dejado de subir a lo largo de los años, alcanzando las 400 libras esterlinas en el año 2000, cuando su escasez obligó a Sony a retrasar el lanzamiento de su último video juego. El Coltán se comercializa a través de intermediarios que lo compran a los mineros que lo extraen de los pozos. Uno de esos mineros, Hasán, residente en Manono, declara: “El Coltán no es una maldición. Los Belgas se llevaron en su día todo lo que pudieron. Mobutu ha cogido lo que ha querido. Y nosotros ¿qué hemos recibido? Nada. ¿Por qué no vamos a aprovechar la ocasión, nosotros los congoleños, para arramplar con algo de dinero”.  Hasán habla correctamente inglés y probablemente provenga de Uganda o Ruanda, pero dice haber nacido en el Congo y que el inglés lo aprendió en Zambia.

Un informe de Naciones Unidas sostiene que los ejércitos de Ruanda y Uganda que han combatido en el Congo se financiaban en gran parte con el tráfico del Coltán y en menor medida de diamantes, madera y otros recursos naturales. No obstante, el informe ha sido muy criticado por haber silenciado que Zimbabwe ha esquilmado las minas de cobre, cobalto y diamantes del sur del Congo como pago por el apoyo a la familia de Kabila. Sin embargo, el informe de Naciones Unidas no identifica con claridad la verdadera causa de la guerra: la amenaza de genocidio de los Tutsi de Ruanda a manos de los extremistas Hutus. Aunque reconoce que “a causa de los intereses económicos que ligan a los beligerantes, el conflicto en la República Democrática del Congo ha alcanzado un punto crítico. Enemigos y adversarios son frecuentemente socios en los negocios […], los prisioneros de etnia Hutu trabajan como mineros para el ejército de Ruanda; los ejércitos enemigos compran su armamento a los mismos comerciantes y trabajan con los mismos intermediarios. Los negocios se han impuesto a las cuestiones de seguridad. En ese torbellino, el perdedor es el pueblo del Congo”. Y esas Naciones Unidas que redactan informes que no tienen ninguna consecuencia práctica.

La población de Goma fue arrasada por las tropas de Mobutu. Llevaban meses sin cobrar y se compensaron saqueando y destruyendo todos los negocios. Unos meses después, los soldados amenazaron con hacer lo mismo con las viviendas privadas de no recibir una elevada cantidad de dinero. La población de Goma reunió lo que pudo y, aunque no llegaba ni a la mitad de lo exigido, los soldados lo cogieron y se retiraron. Un año después un millón de Hutus traspasó, huyendo, la frontera con Ruanda y se establecieron en Goma. Decenas de millares murieron del cólera y la disentería y la ciudad se convirtió en un cementerio. Hasta que descubrieron las minas de Coltán. Ahora la calle principal está ocupada por oficinas bancarias, tiendas de electrodomésticos, motocicletas, zapatos italianos falsificados y teléfonos móviles.

Claude Mayabando es uno de los mineros que ganan varios centenares  de dólares al mes después de trabajar todo el día extrayendo el Coltán de los pozos de fango. “Es un trabajo duro –dice-, pero, a diferencia del oro y los diamantes, para encontrar el Coltán no hay que tener suerte. Yo me he dedicado a buscar oro y diamantes durante mucho tiempo sin hallar nunca nada. En cambio, aquí, el año pasado, he ganado cien dólares al día durante dos meses;  una pasta. Una pequeña cantidad la gastas en vivir y el resto hay que ahorrarlo, pues no se sabe cuando volverás a ver tanto dinero”. Mas no siempre es así. En la selva, donde los mineros viven en campamentos vigilados por guerreros de la etnia Mayi-Mayi, la comida y las prostitutas son muy caras. Antes, los Mayi-Mayi combatían completamente desnudos, creyéndose que de ese modo eran invisibles, y agitaban el pene  para espantar a los enemigos; ahora controlan  la mayor parte de los ricos yacimientos del parque nacional de Kahuzi-Biega y han obligado a la población autóctona a trabajar en las minas. El Coltán se comercializa a través de Uganda o se envía a Goma y de allí a Ruanda. Pero no son sólo los Mayi-Mayi los que se aprovechan del negocio del Coltán. La milicia Arahamwe, responsable de la masacre de 800.000 Tutsi en 1994, compra y vende Coltán  a través de Goma. A su vez, el Frente Congolés para la Democracia, que no es frente, si acaso congolés y nada demócrata, ha creado una sociedad para la exportación de Coltán, que tiene como única accionista a Aziza Kulsum, más conocida como la Señora Gulamali o la Reina del Coltán. Antes abastecía de armas a los rebeldes Hutu asentados en Burundi, hasta que los rwandeses invadieron el Congo e inició negocios con los Tutsi. En Bukawu, junto al lago Kivu, posee una fábrica de tabaco que le sirve de tapadera para el tráfico del Coltán.

Según el informe de Naciones Unidas, que por lo que se ve lo sabe todo pero no hace nada, quien más se aprovecha del tráfico de Coltán es el comandante de las fuerzas de ocupación ruandesas, general James Kabarebe. Sus soldados controlarían el tráfico, llevando al Congo prisioneros de las cárceles de Ruanda condenados por genocidio para trabajar en las minas. El general lo niega: “No sabía ni siquiera lo que era el Coltán. Se que existen diamantes, aunque nunca los he visto. Se que existe oro, pero nunca lo he tenido. Del Coltán no he oído hablar nunca. No se que aspecto tiene ni lo que vale”. Sin embargo, a continuación demuestra estar bien informado: “En el Congo todos extraen Coltán y el lugar de tránsito es Kigali. ¿Por donde pasa? ¿Por Kinshasa? Los Mayi-Mayi extraen Coltán. Lo pasan por Bukawu y lo exportan por Kigali. Los Arahamwe hacen lo mismo”.

Los ambientalistas opinan que la minería del Coltán representa una amenaza muy seria para la fauna. Millares de elefantes han sido abatidos para alimentar a los mineros y se persigue y caza a los gorilas. En Kahuzi-Biega no quedan más que dos elefantes de una población de trescientos cincuenta. Los ambientalistas sostienen que “las actividades extractivas en el Parque Nacional de Kahuzi-Biega y en la reserva de Okapi  están expulsando a los gorilas de las tierras bajas orientales, provocando su extinción”. Y aunque últimamente el precio del Coltán ha caído y muchas empresas, como Motorola y Nokia, ya no compran el Coltán del Congo, no por ello se ha detenido la extracción. Para una población empobrecida, las cincuenta libras esterlinas a las que se paga el kilo de Coltán sigue siendo mucho dinero.

Había pedido de postre una ración de tarta de manzana y, aunque me tocó la guinda, fue aún más sabrosa la que me ofreció el periódico, con entrevistas a conocidos portavoces del anticapitalismo y su oposición a lo que llaman el mercado, que completaban la información de McGreal.  Uno de los entrevistados era el premio Nobel de Literatura Darío Fo, quien ignoraba que el teléfono móvil que utiliza todos los días y a todas horas, pues qué sería de él sino hablara, tenía entre sus componentes el Coltán y que su extracción estaba causando graves daños a la flora, la fauna y a las tribus indígenas de los bosques fluviales del Congo. Y cuando le preguntan si dejará de servirse del móvil ahora que lo sabe, contesta que no. ¿Cómo me las arreglaría para comunicarme si estoy mudo? –dice. El poder  utiliza la comunicación de manera sofisticada; hacerle la guerra con métodos ludistas no tiene sentido”. Tampoco sabía nada del Coltán el portavoz del Forum Social. Él está a favor de Internet, los ordenadores, los transportes rápidos, gracias a los cuales se ha construido el movimiento  mundial que ha desafiado al G8. No es un antiglobalizador elemental: él combate la globalización que piensa únicamente en el beneficio y que actúa saltándose las reglas. ¿Pero no está valorando Internet y los beneficios que reporta a su movimiento?

El padre Piermaria Mazzola, que trabaja en Mozambique  y ha denunciado el tráfico de Coltán, ha enviado una carta, con otros miembros de su orden, a la compañía aérea SABENA amenazándola con dejar de volar en sus aviones de seguir transportando Coltán. ¡Pues cuanto vuelan los hermanos de la congregación del padre Mazzola como para que su amenaza pueda surtir efecto! Pero el padre Mazzola no cree en la eficacia de las protestas colectiva. La única esperanza de acabar con la injusticia –afirma- es el crecimiento de la conciencia. ¿Y tendrá que ver con el crecimiento de la conciencia la broma que se publica en un semanario nigeriano, en la que dos campesinos están trabajando el campo y uno, excavando en busca de agua, descubre petróleo. A lo que el otro reacciona, no dando saltos de alegría y gritando “somos ricos”, “somos ricos”, como habría hecho un explorador del Oeste americano, sino pidiéndole que selle inmediatamente el orificio si no quiere volverse aún más pobre. Y es que la riqueza, administrada por desaprensivos aprovechados, es  más destructiva  que las plagas de Egipto.