Alfredo Vicenti (1850-1916), «Artista del vivir»

Alfredo VicentiMemorias de Tonio.- Hace 16 años, cuando se cumplían 150 de su nacimiento, publicamos en el diario El País una crónica rememorativa sobre Alfredo Vicenti. Resultó contundente e hizo diana. Logró con la mayor facilidad lo que buscaba. Nos abrió de par en par cinco instituciones básicas con las que pudimos acometer con garantía la recuperación de tan poliédrico como desconocido personaje. En Galicia y en Madrid. Éstas instituciones: la primera Asociación de la Prensa española, que el mismo había impulsado en la Villa y Corte en 1895, el Consello da Cultura Galega, la Diputación Provincial de Pontevedra, la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Santiago y el Ayuntamiento de Órdenes, cuyo distrito electoral había representado en Cortes en los últimos años de su vida.

Merced a esa decidida colaboración institucional, nuestro Taller pudo preparar con las tres primeras dos coediciones panorámicas y antológicas sobre su vida y su obra. Una en gallego; en español, la otra: Galiciana básica (Poesía e Prosa)  y El Maestro del periodismo español). Desde 2001, 600 páginas muy ilustradas quedaron a disposición de los lectores. Una muestra elocuente de la inequívoca importancia histórica y del fuste intelectual de su obra, poética, periodística y literaria. Y de la valoración que de ella hicieron sus contemporáneos.

Al propio tiempo, sobre guión y dirección nuestra, Jorge Durán realizó para el Taller -con el Consello da Cultura Galega- la coproducción del documental Del arte de vivir, en versiones gallega y española. Un audiovisual en el que glosábamos la sentencia que uno de sus compañeros de redacción tenía dispuesta para la tumba del Maestro: Aquí yace un hombre de mundo, artista del vivir.

Con las ediciones librescas y los audiovisuales, la brillantez de los actos a realizar en el 150 Aniversario de su Nacimiento quedaba asegurada. En Madrid se celebró el más solemne y simbólico.

Lo organizó la Asociación de la Prensa de Madrid en el Salón de Actos del Congreso de los Diputados, con la presencia de todo el Consello da Cultura Galega, presidido por nuestro inolvidable amigo, Carlos Casares, con presencia de una representación de la Embajada de Portugal, y presidido por la Vicepresidenta primera de la Cámara, Soledad Becerril. Presentamos entonces los dos libros y estrenamos la versión española del audiovisual.

 

El potente relanzamiento de la entonces olvidada personalidad histórica de Alfredo Vicenti fue demoliendo, como las armas lentas, a partir del 2001, todas las resistencias.

Alfredo VicentiPor nuestra parte, también iniciamos entonces una relación sin final con Jorge Chaminé, su tataranieto. Este tuvo mucho que ver en las últimas consecuencias de aquella singular batalla de hace quince años. Merced a su constancia, hemos podido asistir hace pocas fechas –en el inicio de este Centenario- en la Sacramental de Santa María de Madrid a la ofrenda floral que supuso el emocionante reencuentro de todas las ramas de la familia Vicenti, que aún se desconocían entre sí. Como en 2001, allí volvimos a estar con la Asociación de la Prensa de Madrid, presidida ahora por nuestra paisana Victoria Prego.

 

Importaba que conocieran estos precedentes, con la existencia de las 600 páginas de esos libros y del documental, para que entiendan por qué, dando por sentada su existencia, puedo yo ir ahora hacia el relato de algunas particularidades específicas del desbordante personaje, empezando por sus iniciativas juveniles más lejanas y mayormente desconocidas; pero sin descuidar su capacidad de influencia posterior y su peso en el lanzamiento –como gran maestro que fue del periodismo contemporáneo español- de personajes fundamentales de la vida cultural de tres generaciones sucesivas a la suya, atendiendo de manera especial a los que se formaron en los ambientes creados por su Grupo universitario de Foseca en Compostela. Dispersos después por Orense, Pontevedra, Coruña, Madrid y las Américas…

Dado que, desde mis primeros libros, es de sobra conocida su relación con el lanzamiento a la notoriedad pública de Alfonso R. Castelao (Rianxo, 1886/ Destierro de Buenos Aires, 1950), abordaré –a modo de ejemplo- detalles poco conocidos o desconocios por completo de su relación con Ramón María del Valle-Inclán (Vilanova de Arousa, 1866/ Santiago de Compostela, 1936). En un año como éste. Cuando he tenido el honor de haber intervenido en los actos conmemorativos de los tres, pues han venido a coincidir en 2016 el centenario de la muerte de Alfredo y de la instalación en Pontevedra de Castelao, y el 150 Aniversario del nacimiento de Valle-Inclán.

Homenaje a Alfredo Vicenti

 

La revolución de don Carnal
(El final festivo de la Tercera Carlistada Militar)

Galiciana, pág, 196: Reinado y muerte de UrcoAquel 2001 sólo sufrimos este contratiempo. Una huelga general estudiantil, malogró el remate festivo que nos disponíamos a celebrar con su Ayuntamiento en la villa de Órdenes, al no poder desplazarse -debido a la huelga- la Tuna universitaria compostelana.

Informada ésta por mi mismo, se había mostrado dispuesta al desplazamiento para rememorar con nosotros una de las iniciativas vicentinianas más desconocidas, populares e intencionadas, tramada por Alfredo y su Grupo de correligionariaos de la Fonseca del célebre “Triste y sola”. Me refiero a la teatralización callejera de los que serían  legendarios carnavales de Pontevedra y Vigo, a partir de 1876.

En Pontevedra –en efecto- comenzaron en febrero de ese año (en las últimas horas de la tercera guerra carlista, 1872-1876) los celebérrimos carnavales de Urco, protagonizados por Andrés Muruais (1851-1882), lugarteniente de Vicenti en esta suerte de invenciones culturales y en las movilizaciones ciudadanas de una juventud entusiasta. Sacaban así, a las calles de la ciudad, por primera vez, lo que con anterioridad sólo se celebraba en las nacientes sociedades recreativas de la nueva España liberal. Andrés movilizó para ello a los estudiantes de la Escuela Normal y del Instituto Provincial, convocando multitudes de gentes de todas las edades y clases sociales, gozosas de presenciar en las calles de Pontevedra el insólito espectáculo. Carnavales, por cierto, que Filgueira Valverde tuvo siempre por una de las fuentes literarias del esperpento valle-inclanesco.

En paralelo, para animar en Vigo los no menos célebres Carnavales que organizó a partir de ese año el fotógrafo Buenaventura España Peñaranda (1840-1902), hizo su iniciática salida de Santiago la primera tuna compostelana digna de tal nombre. Un conjunto legendario y troyanesco que dirigía Enrique García, con los Viqueira, Baladrón, Puguita, Lanagán, Cambón, Cantilar, Lence, Brandón, Rodrigo Barrio, Blanco, Pepe Suances, Borrajo, Montero y los pontevedreses Eugenio y Pepe Sequeiros Mato (íntimo amigo éste de por vida de los hermanos Muruais) y el dibujante y profesor de dibujo de la Sociedad Económica y del Instituto Universitario de Santiago, Pepe Peña Menéndez (pariente nada lejano de la madre de los Valle-Inclán y profesor de dibujo del joven Ramón María en Compostela)…

Un conjunto de músicos y voces que, además de “jotas, danzas, mazurkas, walses y pasacalles” propios de la formación, cantaba a coro las letras galantes de su poeta, Alfredo Vicenti, armonizadas por el citado Baladrón. Todo esto sucedía en la provincia de Pontevedra, por la que tuvo Alfredo -desde los nueve años (1859)- especial predilección y a la que dedicaría un folletón digno de leer, que yo he titulado así en mis ediciones: La provincia de Pontevedra a finales del siglo XIX, publicado originariamente por entregas en La Temporada. El veraniego periódico del Balneario de Mondariz, a donde llegaba como estrella invitada por los Peinador, sus propietarios.

 

tuna vicentiDado el éxito incomensurable de ambas celebraciones, llamadas a ser efemérides históricas de ambas ciudades, al retornar sus protagonistas –ya sin fondos de que echar mano- a Compostela, rindieron homenaje a su poeta y al más que posible estratega de las dos iniciativas. Fue el primer homenaje que Alfredo recibió en su vida. Tenía 26 años. Homenaje muy modesto, pero entrañable. Una simbólica taza de achicoria, servida en el flamante Café Español, donde el Grupo de Fonseca –acaudillado por el homenajeado- celebraba (en las primeras horas de la Restauración de la Monarquía borbona)  sus reuniones políticas legales, tras varios años de conspiraciones republicano-federales más o menos clandestinas, celebradas en el club revolucionario que el mismo lideraba en la calle del Franco. Actividades que lo llevaron –en vísperas de la Revolución de Septiembre de 1868- a las mazmorras del Rastro, que venía a ser en Compostela el equivalente de la cárcel del Saladero de Madrid (la también llamada Corte de los Milagros). Donde los detenidos políticos se amontonaban con los comunes y los alcolizados del día a día. Café Español, donde –pocos años más tarde- al haberse cortado las alas de la Revolución cantonal fallida, sus seguidores dispusieron como estrategia más asumible la acción galleguista (en español ¡y en gallego!, por primera vez en la historia del país) y las movilizaciones festivas aludidas, sin olvidar esta efeméride del galleguismo: el Certamen Literario de 1875, celebrado en Compostela en el marco de la Exposición Regional de ese año.

 

Acciones de retaguardia
(Vicenti y la política de pacificación de Cánovas del Castillo)

Antonio Cánovas del Castillo, por MadrazoLos Carnavales de Pontevedra y Vigo de 1876, se celebraron con la complacencia del primer poncio pontevedrés que gobernó su provincia natal en los primeros meses de la Restauración borbona: Víctor Novoa Limeses (Pontevedra, 1832-1899). Se seguía así la nueva política de Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897), partidario de entregar los gobiernos provinciales de las retaguardias –en horas de guerra civil– a excelentes conocedores de la vida provincial, limitando –de manera momentánea- el poder de las Diputaciones provinciales.

 

Si no engañan las coincidencias, esa política es la que propició el acercamiento de 1876 al Gobierno y a la Diputación Provincial de Pontevedra de Ramón del Valle Bermúdez (1823-1890), padre de Ramón María del Valle-Inclán (quien –a su vez- iba a ingresar por aquel entonces en el Instituto Provincial).

Un hombre –el padre de don Ramón- que sólo fue “republicano” coyuntural, como tantos otros; pero que estuvo ligado políticamente de por vida a la compleja evolución de dos ex ministros revolucionarios (si se reconocen como tales los acontecimientos españoles posteriores a Septiembre de 1868). Me refiero a Antonio Romero Ortiz (1822-1884) y Eugenio Montero Ríos (1832-1914). Política de paz, con diversiones públicas a todo trapo que operaron el prodigio de que los jóvenes federales intransigentes que militaban incluso en el cantonalismo (partidarios de la lucha armada insurreccional, caso de Andrés Muruais), o que ya habían probado las mazmorras municipales de Compostela (como Vicenti en 1868) participaran activamente en las más inesperadas experiencias junto a toda suerte de liberales históricos, monárquicos, demócratas o republicanos en guerra con los carlistas desde 1872 a febrero de 1876. Veamos algo más de esta historia -jamás contada así- enfocándola desde otro ángulo simultáneo.

 

La misma política gubernativa canovista de la provincia de Pontevedra la venía desarrollando en Orense José Ramón Bugallal Muñoz (1818-1891) y en Coruña un gobernador compostelano de cierto renombre cultural: Vicente Calderón Oreiro (1821-1888), conde de San Juan.

 

Ramito de violetas
(La Exposición Regional y el Certamen Literario de 1875)

Miguel Payá y RicoCon gran contento del poncio coruñés, la Sociedad Económica de Amigos del País de Santiago organizó para las Fiestas del Apóstol de 1875 (en plena guerra civil, meses antes de los Carnavales aludidos) una Exposición Regional, muy bien recibida en toda Galicia. Y -en el mismo contexto- se hizo hueco a otra iniciativa vicentiniana que respondía a la nueva estrategia cultural y galleguista de los federales, benévolos e intransigentes, diseñada por Alfredo Vicenti (El Diario de Santiago) y adoptada por su  Grupo de Fonseca. En definitiva: se celebraría un Certamen Literario abierto a toda España, con concursantes en gallego y español, que –sorprendentemente- recibió las bendiciones del nuevo arzobispo de Santiago, Miguel Payá y Rico. Un tipo en muchos aspectos extraordinario que -a través de Vicenti- estaba llamado a convertirse en personaje de su querido amigo y correligionario, Benito Pérez Galdós.

Como si fuera un liberal más, Payá confirmaba así, de manera pública, la fama de que venía precedido, al haberse enfrentado al carlismo armado como obispo de Cuenca, cuando los carlistas quisieron hacerse dueños de sus dominios catedralicios.

Los MuruaisEl arzobispo puso una doble condición: que el Certamen literario se transformara en Juegos Florales y que sus colaboradores propusieran el Jurado. Condición aceptada, pero que dará lugar a controversia pública en el seno del propio Grupo de Fonseca y en su sorprendente ramificación periodística de aquellos meses de estado de guerra. Razón de que no concurriera al Certamen, como protesta, uno de sus miembros más activos: Valentín Lamas Carvajal (Orense, 1849-1926), que había saludado con calor –en llamativa prosa en gallego– la idea de la Exposición. Y que era amigo íntimo de Vicenti y de los Muruais, colaboradores todos de su sorprendente periódico, Heraldo Gallego, consentido de momento –debido a esa política de paz en retaguardia– por el citado gobernador de Orense.

 

Pues bien: ese jurado –entre otras menciones menores- concedió el  ramito de violetas de oro de los Juegos al padre de los Valle-Inclán que ya tenía 52 años y no se lo podía creer.

Ramón del Valle BermúdezSe le hizo entrega en el Paraninfo de la Universidad de Santiago en acto solemnísimo que presidió Payá y Rico con los obispos de Ávila, Zamora y Mondoñedo. Pero aún hubo una iniciativa vicentiniana más: el banquete final. En éste, Ramón del Valle Bermúdez, se vio rodeado por veinteañeros, pero veinteañeros con su historia, porque venían a ser también los nombres más sonoros del nuevo periodismo diario que estaba naciendo por el mismo entonces en Galicia. Banquete en el que Alfredo –redactor jefe a la sazón del Diario de Santiago- pronunció el discurso principal de una efeméride sin precedente del movimiento galleguista, como han reconocido –antes que nadie- historiadores del campo filológico y literario. Ante el pasmo de Manuel Murguía y Rosalía de Castro.

 

A partir de esos actos de 1875 y de los carnavales de 1876 (y subsiguientes), a pesar de la diferencia de edad, Ramón del Valle Bermúdez quedó de por vida ligado afectivamente a los jóvenes promotores de tales eventos. De manera particular a cuatro personajes de evidente relevancia histórica, a los que hemos dedicado libros, dos documentales y una exposición audiovisual: Alfredo Vicenti, Andrés y Jesús Muruais (Pontevedra, 1852-1903), que ya eran los grandes animadores de la prensa de avanzada federal pontevedresa y de El Porvenir, el primer diario de Pontevedra, y el compostelano Rafael Villar y Rivas (Compostela, 1854-Madrid, 1890), que estaba llamado a suceder a Alfredo –tras su destierro de 1878- en la jefatura de redacción de  Diario de Santiago y en Gaceta de Galicia (Santiago, 1879-1882). Destierro provocado por la excomunión de quien fuera y ha de volver a ser –como contaré en su momento- amigo del desterrado: el mismísimo Payá y Rico, cardenal ya. Me refiero, pues, a los cuatro “amigos de mi padre” que Ramón María del Valle-Inclán (alumno del Instituto de Pontevedra y del Instituto Universitario de Santiago) singularizaba como fundamentales en su formación periodística y literaria en las horas postreras de su enfermedad y de su vida (Santiago, 5-I-1936).

 

RecuerdosCinco años más tarde, en 1880, haciendo recuento de esa actividad cultural y festiva galleguista del quinquenio 1875-1879, se lo recordaba Vicenti al citado Valentín Lamas Carvajal, cuando éste publicó en gallego sus Saudades, mostrándose desesperanzado y doliente con el escaso éxito del galleguismo estratégico de ese período. Como si aquel esfuerzo colectivo de guerra y posguerra hubiera resultado baldío, pese a que el propio Lamas Carvajal había publicado en su pequeña editorial, sacándolos a la venta al inexistente mercadillo de esa clase de libros en gallego sus Espiñas, la primera etapa de la formidable experiencia periodística de O Tío Marcos da Portela y –en español– las dos insólitas ediciones de Recuerdos. El sorprendente libro de poemas autobiográficos de Alfredo Vicenti, prologado por Murguía, que Valle-Inclán –guiado por su padre, entusiasta del mismo- leyó con fruición, presumiendo de ello toda la vida.

 

No te conduelas –escribía Alfredo a Valentín- por el éxito (que tienes por escaso) de nuestras iniciativas. La generación que en pos de nosotros viene se ha criado en el amor de la patria gallega; amor que nosotros, hasta los años de la pubertad, cuando estudiábamos en los Institutos (1860-1865), no habíamos conocido.

Eso de amar la patria
(Tradiciones galleguistas)

Rosalía de CastroLo que pasó en aquel entonces con el galleguismo, venía sucediendo en Galicia y en España desde los años más oscuros de la Revolución Liberal, cuando estaba muy lejos de saberse consolidada. El galleguismo era, pues, una estrategia vicentiniana –plagada de novedades- pero que contaba con su propia tradición, si bien en ésta –hasta 1874- contaba muy poco el uso intencionado del gallego. Por eso fue muy observada la novedad por sus amigos políticos. Precisamente por ser posibilista, cuando no se podía soñar con otras actividades.

El padre de Valle-Inclan, que era amigo de Manuel Murguía, tardó en darse cuenta de que Alfredo (al margen de la sincera amistad con el esposo de Rosalía de Castro) tenía muy poco que ver con él. Pese a ello, Vicenti dedicó a Murguía la primera entrega de un reportaje excepcional, A orillas del Ulla, mientras Murguía, además de elogiar ese reportaje con calor, puso prólogo al mencionado libro poético de Recuerdos. Un libro que llamó poderosamente la atención de Rosalía, quien –por su parte- gustaba de departir con Alfredo. No sólo de poesía…

 

Victor Said Armesto por CastelaoAlgo muy parecido acontecía con los Muruais (cuya amistad cultivó Valle Bermúdez desde 1875-76 hasta el final de sus días: 1890). Fue por ellos –Andrés y Jesús Muruais- que padre e hijo quedaron definitivamente vinculados a las tradiciones intelectuales de Pontevedra, siendo Ramón del Valle Bermúdez uno de los miembros más activos de su Sociedad de Juegos Florales cuando la presidía Federico Saiz (Morata de Tajuña, 1841-Pontevedra, 1884), el padre de Víctor Said Armesto (Pontevedra, 1871-Madrid, 1914). Uno de los primeros propagandistas –Víctor- de Femeninas, la primera edición literaria de Valle-Inclán (Imprenta de Andrés Landín, Pontevedra, 1895). Me estoy refiriendo, en efecto, a la pasión pontevedresa por el coleccionismo, el paseo arqueológico y por la recuperación de historias, leyendas, cantares, danzas y melodías. Tradición que fue pasando de padres a hijos y que -ya en sus lejanos orígenes- había llamado la atención del primer Murguía, muy atento siempre –como su hija Alejandra (1859-1937) y la propia Rosalía- a cuanto se cocinaba en Pontevedra.

La redacción de “El Estudiante”En el caso de Ramón María del Valle-Inclán no se puede dejar de lado la extraordinaria influencia ejercida por estos Muruais en el Instituto Provincial de Pontevedra, donde se estaba publicando El Estudiante, animado por jóvenes republicano-federales de su edad como los hermanos Rodríguez de Cea y con su primo, Ricardo Mella y Cea (Vigo, 1861-1925), de inmediata evolución anarco-colectivista… Bastaba ver el disgusto de Indalecio Armesto (Pontevedra, 1838-1890) por esa penetración de los Muruais en las instituciones educativas para entender su importancia.

 

Pasa, sin embargo, que ninguino de los cuatro “amigos de mi padre” de Valle-Inclán tenían mucho ni poco que ver con el galleguismo convencional pues venían de otra tradición, que explicaré después. Tanto Ramón del Valle como su hijo Ramón María acabaron por entenderlo –en su trato directo con Alfredo Vicenti- cuando uno y otro vivieron estancias dilatadas en Madrid. El primero, en la segunda mitad de los años ochenta, con acceso directo a la tertulia de El Globo y a la que Vicenti y Rafael Villar y Rivas frecuentaban en los reservados de Fornos. Antes de su retorno a Pontevedra, a comienzos de 1889, herido de muerte, pero con un nombramiento de Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903) como nuevo secretario del Gobierno Civil de Pontevedra. Murió un año más tarde, en febrero de 1890.

Ramón María, por  su parte, tras esa muerte, dejó los círculos católicos (liberales, tradicionalistas o llanamente carlistas) de la Compostela brillante que dejara el cardenal Payá, para irse de redactor (o colaborador con firma) de El Globo de Alfredo Vicenti, el excomulgado, hasta poco antes de salir para Méjico. Una colaboración –entre pontevedresa y madrileña- de varios meses (1891-1892), en la que practicó el periodismo informativo y cultural que llevaba la impronta de Alfredo desde sus años de El Diario de Santiago (1872-1878).

 

No extrañará a nadie, pues, que -como sucedía en Compostela- la curiosidad de padre e hijo pusiera uno de sus focos de atención en conocer el misterio de los orígenes de Alfredo y las razones del troco de su primer apellido, italianizando el Vicente oficial.

 

Sombras sin Sombra
(Del Señor Vicente a Alfredo Vicenti)

Alfredo Vicenti. Retrato que conserva la Asociación de la Prensa de MadridAntes de penetrar en su misterio y para mejor entenderlo, voy a aludir a otras misiones cumplidas por Alfredo Vicenti en los pocos meses que duró la Primera República Española (febrero-diciembre, 1873).

El Ayuntamiento republicano de Santiago le hizo responsable de dos tareas importantes. Una la conocemos mejor, por estar relacionada con su papel de embajador volante del Centro de Iniciativas puesto en marcha en Compostela para aclimatar a Galicia la desdichada  experiencia de los cantones de una nueva España Federal, que acabaría peor que el llamado rosario de la aurora. El otro encargo, desconocido por completo, lo voy a ofrecer como primicia de investigador, pues tiene mucho que ver con su biografía. Yo lo desconocía en 2001. Me refiero al detalle de que Alfredo fuera encargado de la administración de cuanto se relacionaba con la beneficencia y, de manera particular, de la profesión periodística. Razón de que –además de promover el certamen literario de 1875-, logró que fuera aprobado en él un primer proyecto de Asociación de los Periodistas Gallegos, 20 años antes de la constitución de Asociación de la Prensa de Madrid. También prestó especial atención al Hospicio compostelano. Un lugar éste por el que sentía especial querencia. Iniciaba, pues, una tarea beneficente que cruza toda su vida, hasta la hora final. La que Manuel Curros Enríquez (1851-1908) resumió de este modo:

 

Lo sabe la profesión. Por su sentido de la solidaridad, pudo sacar adelante la Asociación de la Prensa de Madrid, modelo de todas las posteriores de provincias. Pero sólo es un rasgo. Su compromiso con la desgracia no conoce fronteras corporativas o geográficas. No hay catástrofe que le deje impasible. Los sablistas le persiguen, día y noche. Pero resulta emocionante ver cómo le buscan sus paisanos gallegos.

 

Función beneficente que nos mete de lleno en el laberinto de sus propios orígenes, de su nombre oficial y del Vicenti que hará célebre y pasará a su descendencia.

 

Hoy parece fuera de toda duda que Alfredo Vicente Rey Fernández nació en Santiago de Compostela el 30 de noviembre de 1850. Su madre soltera, Gregoria Rey Fernández, no era una niña. Tenía 30 años y un oficio de cierto prestigio local: costureira (y podemos suponer, si nos guiamos por la cuidadosa estampa de su hijo y de sus descendientes, que también ella llamaba la atención por su belleza y hasta merecía los irónicos versos de Rosalía de Castro):

 

Mans de señora,
mans de fidalgueiras
teñen todiñas
as costureiras;
bocas de reina,
corpo de dama,
cómprelle a seda,
foxen da lama.

 

José Sánchez VillamarínVivía Gregoria –al nacer Alfredo- en una casita compartida de planta baja relacionada con el monasterio de San Martín Pinario. En la Ronda del Picho, también conocida por Ronda de la Virgen de la Cerca. En el camino real de Madrid a Coruña, que conducía –por una parte- a la capital provincial y –por otra- al centro de Compostela. En sus afueras más humildes.  El neonato, que no fue (o no pudo ser) reconocido por su padre biológico, ingresó en el Hospicio, como era habitual en los frecuentes conflictos interfamiliares de una madre soltera. Única razón de que lleve en su nombre oficial, como primer apellido, el Vicente de los incluseros. Lo que es y será uno de los motivos de chanza de sus poderosos adversarios de toda la vida, cuando se atrevió a trocar –ante el pasmo de la pequeña Compostela de entonces- el Vicente oficial por el Vicenti ideológico, que muy pronto haría célebre. Una italianización cargada de sentido en aquel momento, como trataré de inmediato. Veamos algo de ese potente campo tensional.

 

Mayormente afectos esos adversarios de toda la vida del Vicenti al carlismo armado (por tercera vez en trance de guerra civil, entre 1872 y 1876) y a las más diversas formas del más beligerante clericalismo tradicionalista, son fáciles de entender las risas sardónicas y la indignación que les causaba semejante italianización, razón de que la compensaran llamándole siempre y cada vez Sr. Vicente, apellido que también rezaba en los documentos oficiales (y académicos), e incluso en los documentos de sus correligionarios demócratas, republicanos, federales y cantonales del Centro de Iniciativas. De ahí que, cuando reía, sus risas le parecieran a esos implacables enemigos «risas de hiena” y cuando lloraba “lágrimas de cocodrilo».

Con todo, importa saber que -desde  sus años mozos, cuando comenzó a brillar con verdadera intensidad en la vida pública compostelana y en el periodismo, ejerciendo su papel de revolucionario demócrata, defendiendo la libertad de conciencia y cultos, con su puntito protestante (que en Compostela sonaba a radicalmente anticlerical), también él era muy beligerante. Como Andrés Muruais (O Demo, O Tolo do Birimbau, otro cabeza de granito, brazo de hierro, corazón de oro, según su propia caracterización), no rehuían la lucha armada, ni la acción directa de corte insurreccional, propia de los milicianos nacionales. En sus propios términos:

 

Yo, que aspiro a la libertad de conciencia, defiendo la libertad de cultos, y la separación de la Iglesia y el Estado. ¡Es buenísima para las religiones! Lo que falla en éstas no es el dogma. No hay instrumento de cultura que supere a la religión cuando necesita convivir con otras. Cuando no tiene el brazo secular y militar a su servicio.

 

La costureiriña de Castelao¿Cuál era el misterioso secreto de tan potente reconversión del hijo de soltera y de la -tan bella como humilde- costureira? ¿Cómo es posible que se configure semejante personaje público en la pequeña Compostela de su tiempo? Tenemos que conjeturar, pero verán con qué con fundamento.

Nosotros hemos llegado a convencernos de que, como en otros muchos casos coetáneos similares, el conflicto interfamiliar del padre biológico y la madre soltera se resolvió relativamente pronto y de la mejor manera. Prueba de ello es que el neonato paró poco tiempo en el Hospicio y pudo disfrutar –en un largo periplo formativo- de excelente educación básica, media y superior, vistiendo –con enorme elegancia– las costosas galas estudiantiles de aquellos tiempos. Cuando la enseñanza media y la superior estaba destinada a reconocer con un título a las minorías que tenía (y tiene) por selectas una sociedad de clases. Llegado el tiempo de la guerra carlista, Alfredo tampoco combatió en los frentes, como sería de esperar en los de su origen social. Batalló por sus ideales liberales y democráticos en la retaguardia periodística compostelana y orensana. Como los hijos de liberales y demócratas de las mejores familias que accedían entonces a la Universidad.

Personalmente o por familia intermedia, esas mejoras procedían del arreglo del conflicto interfamiliar. Una mejora sustancial en las condiciones de vida que también se advierte en su casa materna, pues –como ha demostrado Baldomero Cores pocos años antes de morir- su madre se puso a trabajar por cuenta propia como modista; dejó la modesta habitación en la que vivía en casa compartida por un habitáculo independiente y contó con criada…

 

Margarita, hija de Eulalia, nieta de Alfredo VicentiAlfredo pocas veces refirió pasajes de su infancia y de la primera mocedad; pero lo hizo a propósito de dos amigos de toda la vida, fundamentales para entender su brillante trayectoria compostelana y su densa cultura galleguista. Su vecino, el efímero médico-poeta Eduardo Álvarez Pertierra y su más destacado e influyente guía de juventud: el también efímero poeta Manuel Ángel Corzo Sueiro (1842-1871, ocho años mayor por él). A uno y otro asistió Vicenti como médico en la hora de la muerte y les dedicó sendos ensayos biográficos de su marca de excelente biografista, ensayos que se pueden leer en nuestras ediciones.

 

Como las costureiras trabajaban para distintas casas y servían en ellas durante mucho tiempo, los chismes se dispararon desde que se hizo evidente el embarazo de su madre (embarazo que tampoco, como sabemos los que vivimos esa gozosa experiencia, debió ser desliz de un único revolcón apasionado). De las distintas versiones circulantes, Antonio Rey Soto (1879-1966) dejó anotada en su archivo la información que le pasó el compostelano José María Moar Fandiño (n. en 1868), hombre muy atento a esta clase de conflictos y escándalos, tan dados al rum rum y a la maledicencia. Según esa anotación, como el mismo Moar escribió (contra nuestro parecer) en el caso de la madre de Rosalía de Castro, sería el padre biológico de Alfredo un eclesiástico de cierto relieve relacionado -en algún tiempo- con San Martín Pinario.

 

Los meandros de la memoria
(“A orillas del Ulla”. Un reportaje excepcional)

Torres del OesteEntre los escasos recuerdos de Vicenti, relativos a su infancia, es obligatorio resaltar uno de los nueve años (1859), cuando ya estaba próximo su ingreso en el Instituto Universitario de Santiago. Hizo entonces su primer viaje fluvial a Villagarcía, desde Pontecesures, por los bellísimos mendros del Ulla, hasta desembocar –tras sufrir una especie de naufragio- en la ría de Arosa. Comenzaba así (en edad tan temprana) la que va a ser –a partir de 1872, hasta su destierro de 1878- su formidable experiencia intermitente (paisajística, poética y antropológica) del río Ulla y su comarca. Desde la Ulla Alta a esa desembocadura. La memoria excepcional de un médico en la aldea. ¡Una joya!

Yo la busqué durante años hasta completarla y la publique en dos ocasiones diferentes de las que se difundieron cinco ediciones (dos de ellas piratas); pero aún recuerdo hoy la pasión de mis amigos rianxeiros al reconocer la aldea de su infancia (que en parte compartieron conmigo) en esas páginas memorables que incorporé a Aldeas, aldeanos y labriegos en la Galicia tradicional cuando el Ministerio de Agricultura, tuvo la feliz idea de iniciar su colección de “Clásicos agrarios” (en coedición –en este caso- con la Xunta de Galicia), difundiendo tres tiradas entre 1984 y 1986. ¡El mismo impacto que cada capítulo de ese relato produjo en cuantos lo leyeron! Desde la brujería a las creencias populares, desde el caciquismo rural a los pazos del señorío, todo está en esas memorias fascinantes.

 

Emilia Pardo BazánEs, en efecto, el paisaje literario y humano de Ramón del Valle Bermúdez y del primer Ramón María del Valle-Inclán. Y no sólo de ellos, sino de toda una línea novelística de gran calidad literaria y ambientación gallega en la que hay que encuadrar a Emilia Pardo Bazán (a quien Vicenti hizo en El Globo -1883- el mismo lanzamiento que –como veremos- hará del Valle-Inclán de Femeninas), pese a que se trataba de su enemiga (literal) de los años compostelanos de ambos, que tenían la misma edad (Coruña, 1851-Madrid, 1921), pero militaban en campos antitéticos.

No había en España nada comparable a esa fascinante serie de entregas-reportaje, cuya publicación se fue espaciando desde 1875 hasta bien entrados los años ochenta, con difusión en las dos riberas del Atlántico. Y de ahí el impacto que produjeron cuando las inició en Heraldo Gallego (29-III-1875).

Valentín Lamas Carvajal, su director, el poeta de A musa das aldeas, fue el primer fascinado con su lectura. El primero también en condolerse –como era tan común en él- porque serían pocos los que las leyeran y menos aún los que coleccionaran semejante joya.

 

Estanque del Pazo de Oca, muy próximo a la aldea de Castrotión, donde residió Alfredo Vicenti, cuando ejercía de médico-rural en las comarcas del UllaEnfocado el paisaje a la manera vicentiniana, sólo había que poblarlo. Padre e hijo, los Valle, se pusieron a ello. A base de relatos múltiples, al modo de las recogidas orales pontevedresas, comenzaron a surgir los personajes en el seno de su propia familia. En el ambiente de las milicias señoriales de antes y después de las guerras napoleónicas y del proceso independentista de las colonias españolas de medio mundo. Milicias en las que fue oficial Carlos Luis del Valle Malvido (1791-1865), padre de Ramón del Valle Bermúdez, abuelo de Ramón María. Una  vocación, la militar, que -según leo en Javier del Valle-Inclán Alsina y Teodomiro Cardalda- se vio frustrada en el caso de don Ramón, según expresa declaración suya al mexicano Alfonso Reyes Ochoa (1889-1959)…

 

El ambiente –en definitiva- que tantas veces les he contado en la Atlántica Memoria audiovisual y en La Cueva de Zaratustra, al evocar los tiempos en que la Pontevedra señorial se hizo militar y –por ende- aristocrática, al ser la capital de uno de los primeros Regimientos Provinciales de Milicias que se constituyeron en la antigua Corona de Castilla. Provincia, sí, a la que pertenecían las riberas del mar de Arosa, donde estaban plantadas las dos moradas de los Valle, y los espacios intermedios desde la ría de Noya a la de Pontevedra. Tierras de los Mariño de Lobeira, los Pardo de Figueroa, los Patiño, los condes de San Román o los señores de Pol, nacidos éstos últimos en el bello pazo donde moraba uno de los primeros personajes de Valle-Inclán: el pazo de Tor. Personajes tan arosanos como pontevedreses, por veces con toques italianos, como Lucas Fernando Patiño Attendolo y Visconti (que venía de los condes de Galenzo y que entroncará con los marqueses del Castelar, con gran presencia en la natal Vilanova de Ramón María).

 

Las telarañas del espíritu
(Internacionalismo galleguista de raíz federal)

Víctimas de CarralTambién por lo que hace a la ciudad de Pontevedra tiene singular importancia una de esas rarísimas rememoraciones autobiográficas de la infancia de Alfredo Vicenti. Me refiero a la que cuenta en su ensayo biográfico centrado en la personalidad de Manuel Ángel Corzo Sueiro (1842-1871), su primer guía ideológico, por así decir. Un compostelano ocho años mayor que él, que casó en primeras núpcias con una Puig Vilumara de arraigada descendencia pontevedresa. Y que no sólo residió en Pontevedra. Fue el primero en llamar la atención acerca de la ciudad burguesa que estaba emergiendo –desamurallada y bella- como un enorme mirador, conciliando modernidad y paisaje. La Pontevedra de 1860.

El caso es que, según cuenta Vicenti a propósito de Corzo, fue su primer maestro y su introductor en las Humanidades un monje exclaustrado, de tantos como se dedicaron a la enseñanza tras las desamortizaciones. Maestro también del propio Corzo en dos ocasiones, cuando el exclaustrado se convirtió en entusiasta descubridor de aquel niño de madre soltera al que siempre tuvo por diamante en bruto y que estaba llamado a ser la joya compostelana de su grupo de edad.

 

Por el exclaustrado aprendió Corzo a reparar en Alfredo cuando era un niño. Y yo apuesto a que fue él quien se lo presentó a Aurelio Aguirre en aquel paseo con su madre de los ocho años que Vicenti recordó –en su extraordinario tratamiento de Aguirre- toda la vida.

Tras la extraña muerte de Aurelio Aguirre (Coruña, 1858), Corzo (salvo en la poesía) se convirtió en el más prestigioso aguirrista compostelano, mientras Vicenti –desde sus años de estudiante de Bachillerato en el Instituto Universitario de Santiago (que es –según su propia declaración autobiográfica- cuando arranca de hecho el galleguismo generacional en los Institutos, 1860-1865) participó de la devoción de Corzo –como hiciera en vida Aurelio Aguirre- por el ideólogo demócrata internacionalista padronés Eduardo Ruiz Pons (nacido en 1819, uno de los profesores de los primeros claustros de los Institutos de Pontevedra y Orense, catedrático de Biología en el Instituto Universitario de Zaragoza, hasta su defenestración y su martirio, muerto en el destierro de Oporto en 1865). Personaje de cine al que hemos dedicado un documental biográfico y el amplio tratamiento que se puede leer hoy en La Cueva de Zaratustra. La clave, también, de la madrugadora devoción de Alfredo Vicenti por Portugal y la cultura galaico-portuguesa. Y el motivo de que fuera, al mismo tiempo, brillante biografista de Aguirre y partidario de que los restos de Ruiz Pons pasaran a descansar para siempre en Compostela.

 

Eduardo Ruiz PonsUn detalle importante, sobre el que debemos meditar, en estas horas de paletismo, chauvinismo, proteccionismo y separatismos, intra-nacionales e inter-nacionales, dado que el ruizponsismo juvenilista e internacionalista, matiza (una vez más) lo que la reiterativa historiografía galleguista parece empeñada en desconocer, pese a que se trata de la tradición de donde provienen sus primeros clásicos y el movimiento democrático gallego y galleguista. Sobre todo de los que, como Vicenti, Ruiz Pons, Antolín Faraldo, Leonardo Sánchez Deus, Moreno Astray y tantos más, sufrieron destierros y ya no pudieron o quisieron volver a los pagos de donde fueron desterrados. La razón, en definitiva, de que el internacionalismo de los Mazzini o Garibaldi, tenga todo que ver con la italianización del Vicente/Vicenti y de que el himno de los garibaldinos se cantara por los orfeones progres en la Galicia finisecular con el mismo repeto que la Marsellesa o el himno de Riego en sus actos disidentes y en los cementerios, como nos recuerda el propio Valle-Inclán del Orfeón “Los Amigos” del pontevedrés Andrés Muruis, en  La rosa de papel. Razón, igualmente, de la inquina de sus pertinaces e influyentes enemigos de Compostela,

Estos enemigos eran defensores del poder temporal de los Papas, por lo menos en Roma, mientras que mazzinianos, garibaldinos y ruizponsistas, como Vicenti, los Muruais y tantos más, luchaban por la reunificación de Polonia y de las tres penínsulas del Sur de Europa, empezando por Italia y la vieja Iberia. Es más: eran partidarios de ir unificando las pequeñas en las grandes patrias hasta llegar a los versos del ruizponsista Aurelio Aguirre:

 

¡Pueblos de Europa, pueblos de la tierra
No hay más que una Nación y un Soberano!.

 

Del mismo modo, como sucede con todo internacionalista que se precie de serlo, ese internacionalismo democrático de integración había que compatibilizarlo con la vida local y la comunitaria. De ahí que el federalismo vicentiniano se mantenga incluso cuando Alfredo dirija El Globo, el gran diario madrileño de Emilio Castelar, contrario a él en ese aspecto. Una contraposición que también acabará por manifestarse en su definitivo alejamiento de Manuel Murguía, al ser partidario éste de mantener la Italia rota y la confrontación (a la catalana y a la vasca) de las nacionalides españolas. En sus propias palabras:

 

Como viejo federal, soy autonomista; pero para mi, existe una única fórmula de salud, física y mental, válida para todos los pueblos, arios o semitas, latinos o anglosajones: “Cuerpo sin roña, estómago sin flatulencias, espíritu sin telarañas”

 

Una actitud que acabará por distanciarlo de su originaria pasión por Compostela, convirtiéndolo –bien por el contrario- en una de las grandes pasiones de los demócratas coruñeses, pontevedreses y orensanos, como se advierte aún hoy en la centrálidad de la calle que lleva su nombre en Coruña, frente a la ridícula que -desde hace bien poco- luce en su Compostela,  y como evidencia este memorable relato de Antonio Cortón, al referirse a la intervención de Castelar en el homenaje póstumo de la ciudad a su querida amiga Rosalía de Castro, tras la muerte de ésta:

 

El único orador aquella noche era un tal Castelar. Luego de arreglarse la camisa y estirarse los puños, D. Emilio empezó:

-Aquí me trae mi ilustre amigo, don Alfredo Vicenti.

Al solo nombre de Vicenti estalló una ovación estrepitosa, formidable. El público, en pie, con inflamados ojos, buscaba al aludido. Este, que no era autor dramático, ni pintor escenógrafo de esos que esperan que les llaman para ostentar su lindo rostro, estaba en Madrid tranquilamente en la Redacción de El Globo, escribiendo quizás a aquella hora el artículo diario…

 

El destierro
(La Compostela del cardenal Payá y Rico)

Alfredo BrañasConocido lo que les he contado, se puede presuponer que la excomunión lanzada contra Diario de Santiago en agosto de 1878 iba directamente dirigida contra él, que lo dirigía a la sazón. Lanzada por un cardenal tan singular dentro de la jerarquía católica española como lo fue el Miguel Payá y Rico (el Segundo Gelmírez, no se olvide), sólo sorprende por lo mucho que tardó en producirse.

No era Payá y Rico –insisto en ello- un prelado cualquiera. Había llamado la atención cuando era obispo de Cuenca en el Concilio Vaticano primero,1869-1870, y mantendrá de por vida amistad personal con dos papas de tanta importancia como Pío IX (1792-1878) y León XIII (1810-1903); pero en la decisión –según el parecer del propio Vicenti- tuvieron peso las presiones que el prelado venía sufriendo por parte de su brazo periodístico y de la Juventud Católica compotelana. Particularmente por parte del joven Alfredo Brañas (1859-1900: alias A. B. María), redactor a la sazón de El Porvenir. El típico trepa, según el criterio de Alfredo Vicenti (1881): “siendo joven como es, escribe tan aprisa como si fuera viejo y quisiera hacer méritos para la eternidad”

 

Cabecera de El AlacránComo les he ido contando, la politización del juvenilista Vicenti es temprana. Emerge en el Instituto Universitario, cuando se producen en España y Portugal los primeros conflictos estudiantiles de los años 60. Los que van a llevarlo al Rastro. Ese mismo año revolucionario de 1868, emerge en las plazas públicas como inesperado y brillante poeta. Su Vicenti, sin embargo, tarda en aparecer impreso. Hay que esperar a que aflore en La Nueva Idea, que era un semanario republicano y federal de 1870. Dada su acometividad, de manera más anónima, comparece igualmente en El Alacrán y en El Nuevo Alacrán que se las daba de “periódico mordiente y camorrista. Órgano de las aspiraciones de la sociedad de descamisados. Ya en puertas de la República (1872-1873).

Será en ese momento cuando el citado Álvarez Pertierra, acaso por consejo de Alfredo, convenza a su suegro –impresor y editor a la sazón de de La Gacetilla- de que era el momento de dar un paso más, sacando adelante –con el apoyo de Vicenti y sus circundantes de Fonseca- El Diario de Santiago. Además de la frecuencia de salida, ese diario era en la hora del destierro de Vicenti el primer periódico ajustado a sus ideas periodísticas, tendentes a armonizar la indispensable información política del momento con la cultura y el galleguismo que aprendió –a través de Corzo- de uno de sus autores clásicos: el compostelano Antonio Neira de Mosquera (Compostela, 1822/ Coruña, 1854). Además de política y cultura, el autonomista tenía que conjugar los intereses locales con los comunitarios del país, sin perder de vista la integración con el resto de España y el máximo respeto a la historia y a la cultura atlántica galaico-portuguesa. En esas estaba cuando se produjo lo que el mismo nos relata a propósito de Payá y Rico:

 

Castelar –como presidente de la República- lo había propuesto a Roma por su lealtad a los Gobiernos liberales –incluso a la República- y por su gallarda actitud frente al carlismo armado en la guerra civil, cuando era obispo de Cuenca. Fuimos buenos amigos, antes y después de la excomunión.

 

Antonio Neira MosqueraEs cierto que fueron amigos, buenos amigos, hasta  ese verano de 1878. Vicenti colaboró en su Revista Compostelana y Payá no sólo apoyó su iniciativa en el Certamen Literario de tres años antes. Ya quedó escrito que presidió su acto más solemne, haciéndose acompañar de tres obispos. Después del destierro, en los años postreros del cardenal de Toledo, cuando era primado de las Españas, volvió la amistad. Pese a ello, el prelado tuvo que soportar –primero en Compostela, después en Madrid- varios excelentísimos tratamientos biográficos de Alfredo, más que intencionados.

Su idea de la libertad de conciencia y cultos, la cuestión de Roma, la cruzada de Payá contra los protestantes, la excesiva complacencia de Alfredo con la presencia de la Armada británica merodeando por la costa gallega con la disculpa de proteger la integridad de Portugal y la consiguiente predicación anglicana en su archidiócesis, como la mentada amistad personal de Payá con los papas Pío IX y León XIII, provocó la ruptura y la cascada de ironías posteriores de Vicenti, sobre todo en lo que hace a una de las más geniales iniciativas del Segundo Gelmírez. Me refiero a su manera de acabar para siempre con las peregrinaciones de los carlistas y tradicionalistas españoles –más papistas que el papa- a Roma (las romarías, el Divino Sainete anual que satirizó Curros Enríquez como “divina comedia”), convirtiendo a Santiago en una especie de Jerusalén de Occidente (y –por ende- variando el destino de aquellas peregrinaciones reaccionarias).

Vicenti, por su parte, satirizó la genial iniciativa, llegando a llamarla, entre el gozo de humoristas como Luis Bagaría (Barcelona, 1882-Destierro de La Habana, 1940), “la invención de los huesos del Apóstol Santiago”). Con el respaldo de León XIII, es el origen de ese prodigio de nuestros días: las peregrinaciones a Compostela y –entonces- a los santuarios marianos de su archidiócesis, comenzando por el pontevedrés de la Peregrina o el coruñés de Pastoriza.

 
Hallazgo de los huesos del apostol por Bagaría

 

De la vicentiniana altisonancia
(“El Caballero de la Madrugada”)

En 1882, Alfredo Vicenti hizo pública en El Globo, una carta de Payá y Rico al obispo Vicente Calvo Valero (1-II) donde le decía:

Le felicito cordialmente por su valor en perseguir a esos periódicos que son hasta heréticos. Animo y esté usted seguro de la victoria. Con menor motivo prohibí yo años pasados la lectura de dos de ésta (El Diaio de Santiago y La Reforma), y murieron muy luego. El pueblo aún es nuestro, y con él podemos mucho.

El desterrado tardó cuatro años en volver a Compostela (1878-1882). Paseó entonces con vicentiniana altisonancia el centro de la ciudad, sin que apenas nadie le saliera al paso. Desde entonces, con frecuencia anual, hasta que murió su madre en 1901, la altisonancia y la soledad del compostelano errante se hizo sonora en Compostela. En realidad, según propia declaración, sólo en la Pontevedra de 1882 –al abrazar a Andrés Muruais- se sintió realmente en su Galicia; pero también –en la escasa fuerza que Andrés demostró en ese abrazo- el médico Vicenti presintió que su amigo estaba herido de muerte.

 

Para la mayoría, aquella desgracia de 1878, que lo dejó descolgado momentanemente del novísimo periodismo que el mismo estaba impulsando en la ciudad natal, fue su suerte definitiva, porque en Madrid no tardó en convertirse en el maestro por excelencia del periodismo español.

 

¡Que hermosa historia la suya! –escribió un contemporáneo- ¡Y pensar que no hubiera pasado de burgrave provinciano, si el cardenal de Santiago –al excomulgarlo a los 28 anos- no lo hubiese expulsado de su propio pueblo!

Resulta revelador que sus primeras presencias en las primeras planas de la prensa diaria de Madrid refuercen nuestros argumentos sobre el Vicenti internacionalista. En la primera de El Globo aparece con el tratamiento de un personaje que los hombres de su entorno pondrán de moda: Prisciliano, el hereje atlántico por excelencia (20-IX-1879). La vida internacional, comparece durante dos días sucesivos en la primera de La Época (1 y 8-XII-1879) con un aporte insospechado, pero coherente: “El poeta anónimo de Polonia (Ligenza)”. Sobre Segismuno Krasinski (Ligenza Iridión, 1812-1859) y su “sueño de Césara”.

Toda la vida mantuvo como un orgullo propio, la obra gallega que continuaron –tras su destierro- sus amigos de entonces: haber creado en Galicia el instrumento para que avanzara el dominio de la sociedad civil sobre la uniformada con distintivos  militares o hábitos talares:

Fuimos los primeros periodistas gallegos, propiamente dichos. Como tales, batallamos en la prensa local por justipreciar las cosas de nuestra tierra. En pocos años, nuestros  modestísimos semanarios se consolidaron como diarios ¡y gallegos! Al margen de las diferencias posicionales.

Como periodista profesional sentó esta exigencia que el nefasto periodismo (exclusivamente político de nuestros días) ha olvidado:

El periodismo es escritura. Y la escritura, contención. Forzado a comunicarme todos los días con los lectores, he adquirido el hábito de la concisión y el horror a las metáforas de ropavejería.

En palabras de Indalecio Armesto, referidas a una información puntual de Alfredo Vicenti, pero ampliable a toda su obra periodística, es digna de recordar esta sentencia: siendo de quien es –escribió- debo afirmar que “la información es exacta y está bien expresada”

 

Despreció siempre los cargos y los nombramientos de relumbrón. Antonio Cortón escribió:

 

¡Es un gran desdeñoso!. Con lo que posee -su renombre- y un puñado de puros de la Tabacalera, le basta para ser dichoso, si acaso lo es. Con lo que él ha podido y no ha querido ser, materia habría para crear fortunas suficientes para una docena de mortales. Es médico, y no ejerce; poeta, y esconde huraño todos sus versos; construyó una parte de la leyenda oratoria de Castelar (y el mismo es magnífico orador), pero no habla nunca.

Alfredo replicaba, aludiendo a los oradores de su tiempo:

 

Dicen que la oratoria es la hermana mayor de la poesía. Yo me quedo con la hermana más pequeña. Sintetizar es mi tarea. No sé hablar como los oradores, y aunque supiera no hablaría. Conozco harto bien, por mi desgracia, la elocuencia de las Cortes, de los banquetes, de los mítines, y de puro conocerla he concluido por odiarla.

De la cultura iberoamericana
(La otra conquista de América)

Lisardo Rodríguez BarreiroDe manera coherente con lo que vengo exponiendo, Alfredo Vicenti coincide con Valle-Inclán en prestar gran atención a las relaciones culturales con Latinoamérica.

No estoy seguro, sin embargo, de que fuera él quien aconsejó a Ramón María su célebre periplo mejicano y cubano de 1892-1893; pero sí que pudo jugar su papel, como hombre de amistades e influencias en el periodismo comunitario y emigrante de las  dos riberas del Atlántico. En ese viaje intervinieron –a qué dudarlo- otras amistades de los Valle, caso del ala diplomática de los Becerra Armesto  pontevedreses, y –sobre todo- su compañero generacional e informado biógrafo de su padre, Lisardo Rodríguez Barreiro (Noya, 1862/ Villagarcía de Arosa, 1943). Bien relacionado con los anteriores, buen conversador, con gran conocimiento de historias pontevedresas y arosanas, procedentes de sus protectores: los condes de Malvar. Fue también, a lo largo de sus respectivas vidas, grande amigo de Andrés y Jesús Muruais, y nombre propio del periodismo compostelano, formado en el entorno de Rafael Villar y Rivas. Creador, además, en Villagarcía de una botica con rebotica muy literaria y célebre tertulia a la que nunca faltaron Vicenti y Enrique Gómez Carrillo (Guatemala, 1873/ París, 1927), en sus pasadas anuales por Mondariz, Pontevedra, Coruña y Portugal. Alguien escribió que Alfredo y Valle-Inclán -cuando se encontraban- hacían apartes. Y cuentan los mismos relatos que Valle (el locuaz, el ocurrente, el antitético) callaba. Escuchaba con deleite al último superviviente de los cuatro amigos de su padre…

 

Ramón del Valle-Inclán por García Cabral En realidad, dada la potente emigración gallega de aquellos años, la cultura del viejo país atlántico se estaba iberoamericanizando a gran velocidad, Ni siquiera hacía falta viajar a las Américas para comprobarlo. Pero las organizaciones comunitarias de esa emigración, con sus órganos periodísticos, daban un campo de juego del que Valle-Inclán supo sacar partido. En cualquier caso, como es de todos bien sabido, Valle volvió de Méjico y Cuba transformado y con una serie de historias dignas de leer, por su originalidad y capacidad transgresora.

Impreso en Pontevedra Femeninas, le faltó tiempo para llegarse a la redacción de El Globo y entregarle el libro a Alfredo Vicenti. Éste lo leyó de inmediato. Como hiciera con Emilia Pardo Bazán, publicó el tratamiento de la Niña Chole, y metió en primera un texto sin firma digno Valle-Inclán y de su pluma, haciendo arrancar lo que ya no dejaría de formar parte de don Ramón: su leyenda. Una maravilla y una muestra del gran periodismo que practicó el Maestro. Aunque se puede leer completa la presentación en nuestras ediciones y en La Cueva de Zaratustra, no me resisto a recordar su comienzo, con ese ajuste entre concisión y belleza.

 

De las prensas de Pontevedra ha salido estos días un libro singular, que se titula Femeninas, y que contiene seis historias amorosas, vividas y escritas las más de ellas al calor de la tierra americana.

Su autor, Ramón del Valle, es un antiguo amigo de los lectores de El Globo. Ha publicado multitud de cuentos y artículos en estas columnas, y tan vigorosa personalidad tenía y tiene, que quien una vez haya leído a buen seguro que no le habrá olvidado.

El libro se parece de todo en todo al que lo ha hecho. De sus páginas, desde la primera hasta la última, se desbordan la juventud, la originalidad y la indisciplina.

Es un tipo Ramón del Valle. De regreso de América, y después de haberse calafateado en el país natal de Galicia, toma ahora un copioso baño de Madrid, apercibiéndose para emprender en el otoño una segunda excursión o incursión a Nueva España. Por ahí anda, con su cabellera y sus barbas tan luengas como negras, recorriendo a grandes trancos las calles, y fijando en cuanto ve –sobre todo en las mujeres- una mirada de pájaro de presa, a la vez fulminante y distraída.

Vicenti-Bradomín
(Los secretos de alcoba del caballero seductor)

Alfredo VicentiLes conté cómo, conociendo su intención ideológica y su acometividad, todas las furias de carlistas, tradicionalistas, clericalistas, buscaban mortificarle llamándole Sr. Vicente. La animadversión se mantuvo hasta muchos años después de su muerte, llegando a destapar su vida amorosa, sacando a la luz –a modo de susurro- el único secreto de alcoba que no logró mantener. Se reactualizó la ofensiva en 1925, cuando El Pueblo Gallego, el gran diario de su amigo, discípulo y compañero en el movimiento agrario de Acción Gallega, Manuel Portela Valladares (Pontevedra, 1867-Destierro de Bandol-Francia, 1952), trató de promover un homenaje nacional, con la publicación de sus obras y la erección de un monumento.

Él –mientras tuvo vida- les pagó siempre con prestigio y vicentiniana altisonancia.

 

Pero… tenía que suceder alguna vez. Y sucedió.

Su éxito con las damas denunciaba –desde la mocedad- al caballero seductor. Fue implacable en ese aspecto. Las prefería altoburguesas o aristocráticas de buen linaje, lo que resultaba a sus adversarios aún más provocador. En palabras de su joven amigo, Waldo Álvarez Insua:

 

Alfredo era un Brummel sin afectación. Enamoradísimo, además. Ya mayor, cuando nos visitaba con Gómez Carrillo, el éxito del seductor juvenil se mantenía. También su discreción. ¡Jamás lanzó al pasto de los amigos un nombre de mujer! ¡Nadie más lejos del don Juan español que aquel caballero byroniano de nuestra juventud!

Se insinuó con fundamento que la primera estancia en tierras del Ulla, como médico de aldea, se debía a amoríos con una aristocrática dama de aquellos bellos pazos comarcanos, incluyendo al de Oca. Su primer viaje a Andalucía, a través de Portugal, para ejercer brevemente la profesión en algún cortijo andaluz,  guarda estrecha relación con lo que él mismo cuenta en “Crepúsculos”, 1872, un poema de los 22 años:

 

Del crepúsculo estaba yo embebido,
Cuando de pronto se me entró en el alma
Una creciente y singular tristeza.
Me di a pensar en las confusas nieblas
de mi país lejano…
“¿En qué piensas –me dijo con voz ruda,
frunciendo el arco de su lindo ceño,
mi compañera- ¿en otro amor sin duda?”
“En ti, mi bien”, -le contesté risueño.

 

En 1873, en sus bellas “Cartas de provincia” fechó en Oca, aquel otro en el que acaso se refiera a la misma dama (o a otra):

 

Pulida, aristocrática, elegante,
Una esquela me anuncia la cercana
Boda de una mujer que fue mi amante:
¡Ah! ¡la rebelde vanidad humana!
Colérico me siento y oprimido,
Ya no puedo seguir; adios, querido,
Mi narración terminaré mañana.

 

Su hija, Eulalia Vicenti Díez de TejadaEl seductor se mantuvo soltero de lujo, haciendo de las suyas, hasta bien entrado el siglo XX; pero nunca logró acallar aquel sonoro contratiempo. Ni atenuar sus consecuencias.

Debió encubarse pronto. A los pocos meses de su llegada a Madrid.

Le costará la amistad con su viejo amigo y colaborador en la alta dirección de La Ilustración Gallega y Asturiana, el extraordinario humorista Luis Taboada Coca (Vigo, 1848-Madrid, 1906).

Tardó en hacerse público, sin embargo. Fue al crecer Eulalia Taboada Díez de Tejada (Madrid, 1884-Oporto, 1979) cuando su estatura y el enorme parecido con Alfredo, lo hizo evidente. Rompió definitivamente la maltrecha relación de Taboada con su mujer, Emilia, madre de otros dos hijos del humorista.

Fallecido Taboada (18-II-1906), Alfredo y Emilia se casaron, normalizando –con gran contento de su hija- los nuevos apellidos que usó toda su vida Eulalia Vicenti Díez de Tejada. Su madre, por su parte, logró (en los pocos años que le restaban de vida) una discreta notoriedad y un respeto generalizado, como puede leerse en las notas necrológicas, publicadas a raíz de su muerte (18-V-1913), y como se hizo ostensible en el espectacular entierro que presidió el conde de Romanones y al que no faltó Ramón María del Valle-Inclán.

 

Dado el recurso de éste a las antítesis, esa vida “impenetrable” de la poética vicentiniana y su conflicto interfamiliar, jugó a favor –qué duda cabe- de la identificación de Alfredo con el marqués de Bradomín. Basta con invertir la caracterización del libertino valle-inclanesco, por el Vicenti de los pazos y las alcobas finas, recordando al mismo tiempo que –por el contrario de aquél- ni era “feo”, ni “católico”, ni “sentimental”…

 

Final con Fin
(El Maestro y la Edad de Plata de la Cultura humanística española)

Esquela en la primera plana de El LiberalAlfredo nunca negó el carácter indivicualista de su formación, como la de la inmensa mayoría de los viejos demócratas federales. De manera coherente, alentó su cultivo, para que la aportación de cada cual al periodismo respondiera siempre a la personal formación e idiosincrasia de todos y cada uno de sus redactores y colaboradores. Sin embargo, siempre se reconoció que sus equipos, estando compuestos por insignes nombres propios de la profesión periodística y de la vida literaria, funcionaban como una gran orquesta, de la que él –desde su juventud- fue solista y el director indiscutible, aunque no siempre figurase como tal. Al Maestro y a ese periodismo debe España, en considerable medida, lo que ha dado en llamarse la edad de plata de nuestra cultura humanística.

 

Como Kant, los relojes de Madrid podrían ponerse en hora a su paso. Tal era su sentido del orden y la puntualidad. El editorialista, que no firmaba los editoriales de El Globo ni de El Liberal, era reconocido por la brillantez de su escritura. Además, su razonamiento, tenía fuerza suficiente para hacer tambalear a los Gobiernos. Pese a lo cual nunca olvidó otra de sus máximas: “Yo, cuando me acuesto, quiero dormir tranquilo”.

 

* * *

En su última visita a los pagos atlánticos galaico-portugueses (verano, 1916), el médico y el iniciador de tantos movimientos sociales y el promotor de convocatorias culturales inolvidables, reconocía en el chalet pontevedrés de Augusto González Besada (1865-1919) que estaba viviendo su último viaje. Como era el año fundacional de las Irmandes da Fala, nacidas de un movimiento generado en su ambiente de la Galicia de Madrid, propuso a los concurrentes falar galego. Parece que con éxito… instantáneo.

Cuando murió (Madrid, 30-IX-1916), sus hijos descubrieron que quien había sido pisto de todo género de sablistas, no dejaba deudas, pero tampoco sufiente efectivo para pagar un sepelio como el que estaba llamado a tener. La Asociación de la Prensa de Madrid, informada de ello y reunida con urgencia, hizo con su alma mater una excepción. Costeó el brillante entierro que el Maestro merecía y asumió todo el apoyo que pudiera prestar a Eulalia y Alfredo Vicenti Díez de Tejada

Antonio Rey Soto le ofreció toda su poesía para que escogiera un poema. Quería dedicárselo. “El caballero de la madrugada”, “artista del vivir”, que tenía algo así –aunque sin blasones- para sus retiros del mundanal ruido en la hermosa Sierra de Guadarrama, eligió éste. Parecía suyo:

Dame, Señor, para que en ella muera,
Una de esas casonas aldeanas
Con portón blasonado, con ventanas
De poyos y magnífica escalera;
Con negros y altos techos de madera,
Arcones perfumados de manzanas,
Balaústres de piedra en la solana
El hórreo, al pie, y el palomar y la era…

 

Entierro de Alfredo Vicenti

 
Alfredo Vicenti